El ejército romano estaba compuesto por unas huestes con maquinaria avanzada y una organización militar casi perfecta, pero el arma más importante de estas tropas era la disciplina con la que estaban formadas.Cualquier acto de indisciplina conllevaba la pena de muerte. El soldado que la cometía era apaleado hasta morir o quedar moribundo y después se abandonaba fuera del campamento. Si el acto había sido colectivo, se diezmaba a la unidad. Para ello, un soldado sacaba un número al azar y, a partir de ese número, iban matando a los soldados de diez en diez. Por ejemplo, si se sacaba el número 3, se mataba al soldado número 3, después al 13, al 23, al 33, al 43… y así sucesivamente. El resto de la unidad debía acampar fuera del campamento hasta que les volviesen a aceptar mediante una acción valerosa.
De la misma forma que existían castigos, también existían reconocimientos respecto
a las acciones valientes y heroicas. Para ello se entregaban brazaletes
de plata y oro, collares, medallones, e incluso una parte del botín,
pero las “condecoraciones” más importantes eran las coronas.
El soldado que salvase la vida de un
ciudadano romano en una batalla se le entregaba la corona cívica, en
cambio, al primero que escalase la muralla enemiga recibía la corona
mural, y el primero en franquear el atrincheramiento contrario recibía
la corona vallar.
Pero sin duda alguna, la mejor y mayor de las victorias estaban marcadas por el privilegio de realizar un Triunfo en Roma.
Vir triumphalis
La celebración de un Triunfo era el
mayor reconocimiento que un general romano podía tener. Esta
conmemoración daba al privilegio del general victorioso de desfilar con
sus tropas por Roma, pero no todos los generales conseguían el Triunfo
ya que este necesitaba de unos requisitos tales como vencer a 5.000
enemigos extranjeros en una batalla siempre y cuando esta fuera Bellum Iustum –guerra
justamente declarada por el rito fecial- y se ganase: de nada servía la
victoria si la guerra se perdía. Así mismo, debía contar con la
aprobación del Senado de Roma y debía ser aclamado como imperator por sus tropas tras la batalla.
El itinerario del vir triumphalis comenzaba
en el Campo de Marte. Allí esperaba el ejército fuera de las murallas
Servianas. Al comenzar el desfile, estos pasaban por la Porta
Triumphalis, seguían por el Velabrum, cruzaban el Foro Boario, y
llegaban al monte Capitolino por la Vía Sacra. Allí se detenían a los
pies del templo a Iupiter Optimus Maximus y, con sus lictores, el
general victorioso entraba y ofrecía a los dioses su corona de laurel
como ofrenda, lo que simbolizaba que sus intenciones no eran convertirse
en rey de Roma. Así pues, este rito se convertía tanto en civil, por la
conmemoración de una victoria militar, como en una festividad
religiosa.
El
“triumphator” iba vestido de púrpura e iba montado en una cuadriga
tirada por caballos blancos. Un esclavo conducía a los animales mientras
otro sujetaba una corona de laurel sobre la cabeza del general, cuyo
rostro estaba pintado de rojo, mientras le murmuraba al oído que “no era
ningún dios” a través de una fórmula latina: “Respice post te, hominem te esse memento”-Mira hacia atrás y recuerda que eres un hombre. En sus manos, el vir triumphalis llevaba una rama de olivo y un cetro de marfil u oro.
Roma se llenaba de colorido: las calles
se adornaban, las estatuas se ornamentaban, se abrían las puertas de los
templos donde se ponía incienso para perfumar mientras la muchedumbre
lanzaba flores al cortejo que recorría las calles.
El cortejo lo abrían los magistrados y
senadores de Roma seguidos de unos músicos que tocaban la corneta. Tras
ellos, de forma espectacular, se exhibía el botín de guerra conquistado:
murales con las victorias, oro, plata, estatuas, tesoros, animales
exóticos… detrás iban los sacerdotes con un buey blanco para el
sacrificio a los dioses y luego los rehenes: príncipes y líderes de las
naciones conquistadas que eran expuestos al público para ser
estrangulados al término de la celebración. Tras el cortejo, aparecía la
figura del general victorioso que llevaba tras de sí a sus soldados que
podían cantar canciones en tono de burla a su general porque les estaba
permitido.
Al término de esta celebración, le seguía un banquete realizado por el vir triumphalis donde participaba todo el pueblo, siendo muy frecuentes las luchas de gladiadores y los espectáculos en las calles.
Jesús Ricardo González Leal (@rgonzalezleal).
Jesús Ricardo González Leal (@rgonzalezleal).
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