En las guerras púnicas chocaron sobre el suelo de la Península Ibérica,
dos armas nacidas originariamente en Hispaniae, la Falcata Íbera y el
Gladius Hispaniensis. Manejada la primera por los mercenarios íberos que
lucharon con Aníbal, la segunda fue adoptada por las legiones romanas.
Ambas armas pueden ser consideradas como las primeras muestras de la
"tecnologías armamentística" surgida en la Península.
La
llamada “falcata ibérica” se incorporó a la lucha de Cartago contra
Roma en el curso de la Segunda Guerra Púnica, cuando se incorporaron al
ejército de Aníbal, mercenarios íberos con sus armas habituales: hondas
para las tropas reclutadas en Baleares y falcatas para los mercenarios
íberos reclutados en el sudeste de la Península. Pero una vez en
territorio itálico, comprobaron que sus adversarios utilizaban una
espada que conocían bien, el Gladius Hispanensis, utilizado por tribus
celtas del Norte de la Península y adoptada como espada de ordenanza de
las legiones romanas.
Entras
las dos armas surgidas de lo más remoto de nuestra antigüedad existen
no pocas similitudes y suficientes diferencias como para pensar que ya,
en sí mismas, prefiguraron las “dos Españas” que, desde entonces, siguen
chocando sus filos. En realidad, lo que algunos han llamado “el drama
histórico de España” puede entenderse a partir de las vicisitudes y
orígenes de estos dos modelos de armas. Así pues, vamos a revisar
primero las características e historias de cada arma y luego intentar
extraer algunas conclusiones.
La verdadera fisonomía de la Península Ibérica en el siglo III a. JC
Sobre
la Falcata y su historia no puede decirse nada más de lo que ya dijo
Fernando Quesada Sanz, sin duda el máximo estudioso de este arma, a la
que consagró un volumen publicado por la Diputación Provincial de
Alicante (“Arma y Símbolo: la Falcata Ibérica”) en 1992. Es a esta obra y
a su autor a los que nos vamos a referir continuamente en las líneas
que siguen. Quesada parte de una pregunta verdaderamente misteriosa: “¿Cómo
unos íberos y galos de reclutamiento reciente, que combatían a su
estilo indígena –supuestamente irregular y guerrillero- pudieron ser
colocados por Anibal en el centro de su línea de batalla, justo donde
más dura habría de ser la batalla en formación cerrada de infantería
pesada?”. Y él mismo da la única respuesta posible: “Sólo si su
armamento era el adecuado podía hacerse tal cosa, lo que a su vez
sugiere nuevas preguntas sobre la supuesta “ligereza” del armamento de
galos e íberos”. El ejemplo de Cannas nos hace caer en la sospecha
de que, posiblemente, el pasado no fue tal como nos lo han contado. La
imagen creada en nuestro subconsciente por la historia nos induce a
pensar que los íberos y los galos combatían anárquicamente y de manera
desordenada, prácticamente desconocían cualquier táctica y suplían su
falta de conocimientos militares y estratégicos con su mero valor y
heroísmo, rayano en la temeridad. La imagen que nos hacemos de los
guerreros de la Hispaniae antigua nos los muestra cubiertos con pieles y
cascos toscos, capaces solamente de asegurarse la victoria, amparados
tras muros inexpugnables o bien en la sorpresa propio del guerrillero.
Pero Cannas fue otra cosa. Para salir victorioso de Cannas era preciso
disponer de infantería pesada, disciplina y conocer las técnicas de las
formaciones de combate. No existen estudios completos sobre las técnicas
de combate ibéricas, pero podemos tener la legítima sospecha de que
eran, como mínimos tan complejas como las de sus oponentes romanos. De
otra manera Aníbal no hubiera hecho bascular sobre ellos todo el peso de
la batalla de Cannas. Así pues, hay algo que la historia todavía no nos
ha revelado. Damos por sentado que existían tribus íberas cuyos
sistemas de combate eran extremadamente sofisticados y, probablemente,
superiores a las de los pueblos vecinos del norte de los Pirineos.
Se
cuenta, por ejemplo, y más adelante volveremos a ello, que mientras los
galos en combate veían como sus espadas se doblaban y mellaban tras los
primeros golpes, las espadas íberas, tanto la Falcata como el Gladius
eran extremadamente sólidas. Eso deja presuponer una tecnología
metalúrgica sofisticada. Se dice que los íberos, para demostrar la
elasticidad y resistencia de sus espadas, se colocaban el centro de la
hoja sobre la cabeza y conseguían doblarla hasta que la empuñadura y la
punta les tocaban los hombros. Si no hubiera sido mediante una
tecnología ampliamente sofisticada y mediante conocimientos militares
avanzados, como mínimo tanto como los que podían disponer en aquel
momento otros pueblos del Mediterráneo, hubiera sido imposible que
Tartessos hubiera destacado y dominado durante siglos en una zona
estratégica y comercial de primer orden como era Gibraltar y el
suroseste de la Península. El hecho de que fenicios, griegos e incluso
egipcios, se interesaran por el comercio con los pueblos del litoral
peninsular, deja pensar que existían ya gentes con capacidad adquisitiva
y un nivel de civilización suficiente como para realizar notables
intercambios culturales.
El
estudio de los dos tipos de espadas oriundas de Hispaniae nos va a
permitir, no solamente conocer un poco mejor nuestro pasado ancestral,
sino también y sobre todo, completar la imagen que tenemos de nuestros
antepasados. En los combates de la antigüedad, la espada era el arma
esencial en los combates. Las legiones romanas lanzaban las dos
jabalinas que portaba cada soldado y a continuación atacaban con la
espada. Por su parte, las falanges cartaginesas tenían tácticas
similares. La espada era, en última instancia, el arma que contribuía a
resolver los combates. Es altamente significativo que en el curso de la
Segunda Guerra Púnica, las espadas que utilizaron uno y otro bando
tuvieran un origen español. Casi veintitrés siglos después, los combates
los resuelve fundamentalmente la superioridad aérea, tanto estratégica
como táctica, podemos imaginar lo que supondría que los países de la
Península Ibérica el ser, durante el período de la Guerra Fría, el
suministrador de cazas y bombarderos tácticos a ambos bandos.
Los
guerreros íberos al fallecer solían ser enterrados con sus armas para
que pudieran seguir combatiendo en el más allá. El nombre de “Falcata”
quería decir, precisamente, “compañera” o “bienamada” y era la
pertenencia más preciada del guerrero íbero. “Arma sanguine ipsorum cariora” (“las armas eran más queridas que su propia vida”)
había escrito Pompeyo Trogo sobre los pueblos de la Península Ibérica.
Quesada recuerda que en varias ocasiones diversos distintos ejércitos
celtibéricos se negaron a rendirse al exigirles los romanos abandonar
sus armas, prefirieron ser aniquilados. Así ocurrió con los íberos al
servicio de Cartago, sitiados por Marcio y con Viriato que estuvo a
punto de entregarse a Popilio hasta que éste le solicitó las armas; en
ese momento reemprendió el combate. El arma era lo que caracterizaba al
hombre libre. El celtíbero “prefería morir luchando con gloria a que sus cuerpos desnudados de sus armas fueran entregados a la más abyecta servidumbre”,
cita Diodoro Sículo. Por eso, íberos y celtíberos atribuían tanto valor
a sus armas y por eso se habían preocupado por hacer de ellas, las
mejores armas de la antigüedad.
La Falcata Ibérica
Los
arqueólogos e investigadores han convenido que la Falcata era el arma
por excelencia de la Península en la Segunda Edad del Hierro. Existen
espadas con relativa similitud a la Falcata, pero ninguna igual, por lo
que puede deducirse que esta espada fue ideada en nuestro territorio. Su
forma es muy particular, fácilmente identificable y perfectamente
estudiada para obtener el máximo resultado de cada golpe. Su hoja y su
empuñadura son únicas. La hoja ancha y curvada, la empuñadura con la
cabeza de animal. Abunda en la Península, especialmente en el Sur-Este,
mientras que en el centro y Norte se encuentran
habitualmente espadas de hoja recta. No existe ninguna duda de que las
espadas curvas eran íberas, mientras que las rectas eran utilizadas por
guerreros celtíberos.
Quesada describe así la morfología de la Falcata:
“es una espada de mediado tamaño con una longitud media de unos 60
centímetros. Se caracteriza por una hoja ancha asimétrica, con un filo
principal y otro secundario, de modo que en apariencia es un tipo de
sable corto. La hoja aparece surcada por profundas acanaladuras,
ocasionalmente decoradas con damasquinados de plata. Sin embargo, el
elemento más característico de la falcata es su empuñadura, típica de un
arma cortante, que se curva para abrazar la mano que la empuña y remata
en la cabeza de un animal, ave o caballo”.
Al
igual que el Gladius Hispanensis, la Falcata está forjada por tres
láminas de metal soldadas entre sí. La central es más ancha y su
prolongación forma la empuñadura, mientras que las extremas más
delgadas. Se han encontrado medio millar de Falcatas en la Península
Ibérica y varias decenas en Italia, llevadas por los mercenarios íberos
que lucharon con Aníbal. La media de longitud es de 60,2 centímetros. Es
pues un arma de infantería; su longitud sería demasiado menguada para
poder ser utilizada por la caballería en un momento en el que el estribo
todavía no se conocía y cualquier golpe demasiado enérgico que no
alcanzara su objetivo podía desequilibrar al jinete. La mayoría de armas
encontradas son del siglo IV a.JC., aunque se cree que las primeras
armas de este tipo debieron forjarse en los siglos VI-V a.JC y hasta el
siglo I a.JC apenas evolucionaron. La mayor concentración de Falcatas se
encuentra en la provincia de Alicante y, luego, en la vecina Murcia.
Pero
¿por qué una forma curva de la hoja? El filo principal tiene una forma
de “S” invertida con la parte cóncava más próxima a la empuñadura y la
convexa hacia el filo. Esto hace que el centro de percusión se encuentre
hacia la punta, mientras que el centro de gravedad está hacia la
empuñadura, con el resultado de cargar peso sobre la parte del extremo y
hacer que los golpes alcancen, por eso mismo, su máxima potencia sin
desequilibrarse. El dorso de la hoja, no está afilado y es la parte más
gruesa de la hoja. Esta forma de la hoja facilita golpear tanto con el
filo como con la punta, siendo una de las pocas espadas que lo permiten.
Lo
más sorprendente de la hoja son las acanaladuras que muestra. Algunas
espadas tienen acanaladuras muy simples y en otras extremadamente
complejas cubiertas de plata y con inscripciones y dibujos geométricos.
Se ha discutido mucho sobre el significado y la utilidad de estas
acanaladuras. Hoy se sabe que la explicación dada hasta hace poco es
errónea. Las acanaladuras no sirven para que penetre aire en las heridas
y esto genere gangrena; de hecho, cuando el filo de una espada ha
penetrado seis o nueve centímetros en un cuerpo, con un tajo lateral, o
bien más de cinco centímetros en un pinchazo con la punta, no hace falta
que aparezca la gangrena, la víctima puede considerarse, prácticamente,
por muerta. En realidad, las acanaladuras atribuyen a la espada nuevas
cualidades físicas y mecánicas: de un lado, el metal que se sustrae a la
hoja, hace que su peso total disminuya y de otro, las acanaladuras
hacen que aumente la superficie de la hoja y, por tanto, su resistencia a
los golpes, tanto frontales como laterales. En otras palabras, aumenta
la resistencia y disminuye el peso.
En
cuanto a la empuñadura de las Falcatas Íberas evoca la de las antiguas
espadas griegas, especialmente cuando tienen formas de aves.
Simbólicamente, la espada que silva con el viento, es que tiene alguna
relación con el elemento aire y, por asimilación, con las aves. Lo
sorprendente de la empuñadura es su pequeñez. Llama la atención e induce
a pensar que la mano del íbero no era excesivamente grande. En
realidad, la empuñadura está perfectamente estudiada para que todos los
dedos, salvo el pulgar, la agarren cómodamente. Además tiene una
estructura anatómica que contribuye a mejorar esta característica.
No
se sabe mucho de cómo era llevada esta arma antes de los combates. Las
vainas que se han encontrado están excesivamente deterioradas como para
que nos den una respuesta exacta. Tampoco se sabe si se llevaba en el
costado derecho o en el izquierdo, colgada del cinto o con un tahalí.
Parece que la mayor parte de las fundas debían ser de cuero con cuatro
refuerzos metálicos. En los dos superiores se encuentran las anillas de
suspensión y, en algunas, se han encontrado pequeños puñales que se
sostendrían con la presión ejercida por el metal sobre el cuero. El
extremo estaría rematado por una bola.
A
excepción de Bosch Gimpera, quien opina que la Falcata tiene un origen
norpirenaico oriental, y habría pasado de los celtas de la Meseta
Central a los íberos del Sur y Sur-Este, el resto de los arqueólogos e
investigadores opina que se trata de un arma autóctona de origen íbero.
En 1944, Bosch Gimpera rectificó algo su posición y afirmó que se
trataba de un arma inspirada en los antiguos cuchillos griegos cretenses
y minoicos, anteriores a las invasiones aqueas y dorias. La Falcata
sería suficientemente similar a la “macharia” griega como para poder
afirmarse que era hija de la misma inspiración. Esta arma llegaría a los
íberos a través de los etruscos a principios del siglo IV. Otros
autores han planteado un origen fenicio de la Falcata y otros han
señalado que desde la Edad del Bronce se viene encontrando armas
similares en el ámbito de la cultura de Mecenas e incluso en Egipto.
Ahora bien, todos estos pueblos pertenecen a la misma familia de pueblos
Mediterráneos, anteriores a la llegada de los indoeuropeos, así pues,
no hay que extrañarse que existan ciertas similitudes en las armas que
utilizaban, en la medida en que su psicología era la misma o muy
similar.
Parece
poco probable que a partir de las invasiones de aqueos y dorios,
espadas con esta forma subsistieran en Grecia. La forma de combate que
emanó desde las población de estos troncos indoeuropeos más puros, era
en forma de “falange” en formación cerrada y utilizando la lanza como
arma ofensiva. En esta formación solamente se recurría a la espada
cuando el arma principal, la lanza, quedaba inutilizada. Los griegos y
los romanos adoptaron la misma forma de combate y tipos similares de
armas: la espada corta para el cuerpo a cuerpo, que mataba con la punta.
La “machaira” no servía para esta forma de combate: era excesivamente
larga y debía manejarse de arriba a bajo, dejaba durante el momento de
asestar el golpe, desprotegida la exila y, además, existía la
posibilidad de herir al compañero que combatía detrás. La “machaira” y
el “kopis” griegos, eran espadas demasiado largas, adaptadas quizás para
el combate sobre caballos, pero no para la formación hoplítica.
La
Falcata podía utilizarse tanto de punta como por el filo, al igual que
el Gladius Hispaniensis, pero así como la primera se utilizaba
“preferentemente” con el filo y solo aleatoriamente de punta, en el
Gladius sucedía justamente lo contrario. Ambas espadas eran
polivalentes, pero cada una priorizaba determinado tipo de golpe,
evidenciando, por otra parte, las características psicológicas de los
guerreros que las empuñaban. La táctica del combate determina que la
Falcata se utilizada de manera diferente ante cada situación. Mientras
que la formación de combate era cerrada, las espadas sobresalían entre
los escudos y tendían a herir con la punta al adversario, pero cuando,
ya fuera por dispersión y persecución del adversario o bien por derrumbe
de las propias líneas, unos guerreros combatían a distancia de otros,
el golpe con el filo debía ser utilizado preferentemente.
Fue
un arma que abarcó entre cuatrocientos y quinientos años de
civilización. Las últimas encontradas se datan en el siglo I a.JC.
Cuando la Falcata periclita, el Gladius Hispaniensis goza de su momento
de gloria. Está presente en todos los teatros de operaciones, desde
Bretaña hasta Palestina y desde la antigua Cartago hasta las fronteras
con Germania. Pero en ese tiempo se ha producido un cambio la Península
Ibérica. Los últimos rescoldos cántabros de insurgencia han sido
incorporados finalmente al Imperio por las legiones de Augusto. De
hecho, aquellos combatientes ya no utilizaban la Falcata, sino el
Gladio. Los íberos habían sido vencidos y los celtíberos se habían
incorporado a la romanidad. La civilización había arraigado en Hispania.
El estilo que triunfó era el heredado de los pueblos aqueos y dorios,
mucho más el estilo de Esparta que el de Atenas, que, por lo demás,
también era común a los romanos de los orígenes. El hecho de que nuestra
Hispania fuera incorporado a la romanidad tuvo como consecuencia el
abandono de la Falcata, símbolo del vencido, y la adopción del Gladius
Hispanensis, como característica del vencedor. Porque, por ironías del
destino, la espada del vencedor también había sido diseñada y fabricada
en la vieja Hispania.
El Gladius Hispanensis
A
lo largo de 400 años, el Gladio fue diestramente manejado por infantes
romanos y se dice que causó más muertes que todas las armas juntas en
todas las guerras durante la Edad Media. Se afirma también que el Glaudius Hispaniensis es el arma que tuvo en su haber más víctimas hasta la invención de la pólvora. Polibio (VI, 23, 6, 7) escribe: “A
este escudo le acompaña la espada, que llevaban colgada sobre la cadera
derecha y que se llamaba “hispana”. Tiene una punta potente y hiere con
eficacia por ambos filos, ya que su hoja es sólida y fuerte”. El historiador latino está hablando del “Glaudius Hispaniensis”, o “espada hispana”.
Cuando
los griegos empezaron a frecuentar la costa mediterránea de la
Península Ibérica, al regresar a tu tierra explicaron que Hércules había
tenido dos hijos llamados celtas e Iber, de los que descendían los
pueblos que habían conocido en el extremo occidental del Mediterráneo,
íberos y celtas. Para el mundo clásico –y para nosotros mismos– Hércules
está ligado al origen ancestral de Hispaniae o de las Hespérides. Desde
aquella remota época, el alma de Hispaniae esta relacionada con el
heroísmo y el combate (por Hércules) y con la muerte (al estar situada
en el Oeste donde se pone el sol). Es posible que estas concepciones
griegas derivasen de la influencia de nuestros primeros visitantes
marítimos, los fenicios. Estos debieron introducir el culto a Melkarte,
el Hércules fenicio y a Tania, diosa de la guerra. Cuando
llegaron los griegos, comprobaron las similitudes entre íberos y otros
pueblos del Mediterráneo. Éforo los relacione con los sículos y dice
incluso que conquistaron la Península Itálica. Otros explican que la
“Magna Iberia” se extiende desde el Ródano y el Garona a las Columnas de
Hércules y que colonizaron el Norte de África. Otros autores clásicos
emparentan los íberos con los oscos, los etruscos, los ausonios y los
ligures.
Cuando
aparecen los romanos, las tribus íberas ya estaban mezcladas con las
celtas y en amplias zonas de la meseta se había llegado a la fusión.
Estas mezclas étnicas, sin duda, generaron las luchas tribales que
percibieron los latinos al llegar a nuestra tierra. Pero a pesar de los
mestizajes, a los romanos les llamó la atención el que los habitantes de
la Península practicaran una especie de culto a las armas, al heroísmo,
al honor y a la dignidad, a la guerra y a la muerte en combate.
El
Gladius se diferencia de la Falcata en que tiene una hoja bien recta y
una punta pronunciada. Mientras que la Falcata solamente tiene corte por
el filo principal, el gladio lo tiene por ambos lados y penetración por
punción. Polibio
añade que la mayor parte de los legionarios iban equipados con el
Gladius Hispaniensis que junto con el pilum era su arma reglamentaria.
La infantería pesada se protegía con un escudo rectangular alargado y
utilizaba el gladio como arma ofensiva.
Los
romanos habían adoptado de los indígenas hispanos, no solamente el
Glaudio, sino también el capote militar de lana negra y gruesa (sagum),
los pantalones (bracae) que, a su vez los celtas habían copiado de los
escitas, y la jabalina (pilum). En el año 212 las legiones romanas
admitieron, por primera vez a mercenarios de origen extranjero. Se
trataba de celtíberos que trajeron consigo sus armas. Los romanos se
limitaron a incorporar al gladio su propia empuñadura. Estas espadas
constituyeron una gran novedad en las Legiones Romanas. Su punta afilada
contrastaba con la que hasta entonces habían utilizado, roma y pensada
solamente para cortar, no para pinchar. Esto implicó un cambio radical
en las técnicas de combate.
El
Gladius Hispaniensis es la versión celtíbera de la espada gala tipo de
La Tène I. Los celtíberos de la Meseta Central se limitaron a
modificarla añadiéndole diez centímetros más a la longitud de la hoja y
realizar otras modificaciones menores en el sistema de suspensión y en
la vaina.
Los
primeros datos sobre esta espada llegan hasta nosotros a través del
historiador griego Polibio que acompañó a Escipión en la mayoría de sus
campañas y, naturalmente, en la hispana. Polibio nos habla de una espada
“llamada iberiké” de cuyas características cita la “punta potente y que hiere con eficacia por ambos filos”. No cabe duda que está hablando al Gladius Hispaniensis. Algo más adelante la compara con la espada gala de la que dice que “hiere solo de filo”. Polibio, añade: "Se
ha notado ya que, por su construcción, las espadas galas (machaira)
sólo tienen eficaz el primer golpe, después del cual se mellan
rápidamente, y se tuercen de largo y de ancho de tal modo que si no se
da tiempo a los que las usan de apoyarlas en el suelo y así enderezarlas
con el pie, la segunda estocada resulta prácticamente inofensiva. [...]
Los romanos entonces acudieron al combate cuerpo a cuerpo y los galos
perdieron en eficacia, al no poder combatir levantando los brazos, que
es la costumbre gala, puesto que sus espadas (xiphos) no tienen punta.
Los romanos, en cambio, que utilizan sus espadas (machaira) no de filo,
sino de punta, porque no se tuercen, y su golpe resulta muy eficaz,
herían, golpe tras golpe, pechos y frentes, y mataron así a la mayoría
de enemigos"
(Polibio, 2, 33). César, décadas después, mantendrá el secreto de la
forja de las espadas romanas para evitar que los galos pudieran
copiarlo. Al parecer, entre el relato de César “La Guerra de las Galias”
y el tiempo en que Polibio acompañaba a Escipión en sus campañas, los galos no habían sido capaces de mejorar su tecnología de la forja.
En la Suda Bizantina, escrita en el siglo X, se coincide con lo expuesto por Polibio, pero se añaden unos datos preciosos: "Los
celtíberos difieren mucho de los otros en la preparación de las
espadas. Tienen una punta eficaz y doble filo cortante. Por lo cual los
romanos, abandonando las espadas de sus padres, desde las guerras de
Aníbal cambiaron sus espadas por las de los iberos. Y también adoptaron
la fabricación, pero la bondad del hierro y el esmero de los demás
detalles apenas han podido imitarlo".
Tito Livio realiza alguna referencia a la “espada hispana”: "Los
galos y los hispanos tenían escudos casi iguales; sus espadas eran
distintos en uso y apariencia, las de los galos muy largas y sin punta". (Liv. 22,46,5). Y, aún existe otra referencia en la que alude al efecto que esta espada causaba entre los macedonios hacia el año 200 a. JC: "acostumbrados
a luchar con griegos e ilirios, los macedonios no habían visto hasta
entonces más que heridas de pica y de flechas y raras veces de lanza;
pero cuando vieron los cuerpos despedazados por el Gladius Hispaniensis,
brazos cortados del hombro, cabezas separadas del cuerpo, truncada
enteramente la cerviz, entrañas al descubierto y toda clase de horribles
heridas, aterrados se preguntaban contra qué armas y contra qué hombres
tendrían que luchar". (Liv.31,34).
Existieron
distintos tipos de Gladios en función de los lugares en donde se han
encontrado restos o de su procedencia. El mas antiguo de todos ellos es
el “Gladius Hispaniensis”, a partir del cual fueron realizadas las
distintas variantes posteriores, la más antigua de las cuales era el
modelo “Mainz”. Su hoja llegaba a los 55 centímetros de largo por 7’5,
como máximo, de anchura. Sus filos no eran completamente rectos y hacia
la mitad de la hoja, mostraba un estrechamiento y su punta era larga.
Inicialmente se creyó que éste modelo era el verdadero, ya que era una
reproducción del modelo que las legiones conocieron en sus primeras
incursiones en Hispaniae. Durante
el siglo I d.C. el Gladius se estilizó. Los bordes de la hoja se
hicieron rectos y la punta menos pronunciada. Ésta fue la espada de las
legiones de Trajano. El
“Fulham” era algo más estrecha, apenas cinco centímetros, y sus lados
eran completamente rectos, salvo un ligero ensanche en la parte más
próxima a la empuñadura. Finalmente, el tipo “Pompei”, tenía los filos
completamente paralelos y la punta ligeramente más corta que los modelos
anteriores. En los tres casos, la sección de la hoja era romboidal, sin
acanaladuras.
El
procedimiento de fabricación consistía en formar el alma de la hoja con
acero bajo en carbono, mientras que los filos eran altos en carbono. La
hoja se unía a la empuñadura mediante un vástago que se recubría con
una cacha anatómica y con un clavo decorativo en el extremo. Se llevaban
en el interior de una guarda, colgadas del lado derecho por una correa
de cuero (tahalí) de 1,25 a 2,5 centímetros de ancho. La vaina disponía
de cuatro anillos para colgarla de la correa. En los primeros momentos,
la “Mainz” se colgaba del cinturón y la vaina tenía solamente dos
anillos para fijarla.
Era
un arma diseñada para perforar con su hoja de 60 centímetros de largo.
Los maestros de armamento romanos habían comprobado que un corte con el
filo de la espada no era necesariamente mortal, salvo que alcanzase
algún punto vital del cuerpo y, ni siquiera era seguro que dejara fuera
de combate, en cambio, bastaba con una penetración de cuatro o cinco
centímetros con la punta para que la herida fuera, especialmente en el
abdomen, casi siempre, mortal y, como mínimo dejara fuera de combate al
adversario.
Además
de su cualidad punzante, la sección romboidal del Gladio le confería
una extraordinaria solidez y estabilidad. Esta espada demostró siempre
su eficacia en el combate cuerpo a cuerpo y a distancia corta. La
técnica de lucha con esta espada era muy simple. El infante debía estar
protegido por el escudo con el que paraba los golpes de la espada del
adversario, esperando encontrar el momento para clavar la punta del
Gladio en el flanco descubierto o en el abdomen. Esta espada evitaba los
largos movimientos de arriba abajo o transversales, que dejaban
instantes de vulnerabilidad, sustituyéndolos por movimientos de atrás a
delante. Evidentemente, se trataba de un arma ofensiva que servía muy
poco en caso de defensa estratégica. Las mortandades que causó en Cannas
y, ya manejada por los legionarios romanos, frente a los macedonios,
atestiguaron su extraordinaria efectividad en el combate. Los romanos vieron como en los primeros choques con los celtíberos, su escudo era perforado por los soliferrum,
tras lo cual el enemigo desenvainaba su espada corta y cargaba
protegido por un escudo de origen celta. En una economía de esfuerzos
excepcional, el único movimiento que realizaba el guerrero era mover el
brazo perpendicularmente al cuerpo, hacia delante. El armamento romano,
en esa época, estaba pensado para golpear al enemigo, pero al alzar la
espada dejaba a cubierto su flanco, momento en el cual era atravesado
por el Gladio.
El
Gladio desorientó inicialmente a los legionarios romanos al llegar a
Iberia; jamás habían encontrado una forma de lucha igual en sus
anteriores campañas y, después de los primeros combates se convencieron
de su superioridad. A raíz de estas experiencias, el Senado Romano
decidió adoptarla como espada de ordenanza en sustitución de la espada
griega hoplítita. Manejadas por los expertos infantes españoles en sus
guerras contra Roma, estas formidables armas causaron tal terror en los
legionarios romanos que el Senado decidió adoptarla como arma estándar
en el equipo romano sustituyendo a la espada griega de hoplita. El
genial pragmatismo romano logró superar esta táctica incorporando el
escudo samita a la defensa del infante. Éste escudo era de mayor tamaño
que el celta y ofrecía una mayor protección.
A
pesar de que la palabra Gladio y Gladiador tengan la misma raíz
fonética, no era la espada utilizada habitualmente por los combatientes
del Circo. Estos utilizaban una espada extremadamente corta, de apenas
30 centímetros. El ciclo del Gladius Hispaniensis llega desde la Segunda
Guerra Púnica hasta que se generalizaron los enfrentamientos con las
tribus germánicas y las modificaciones de la estrategia romana hicieron
que aumentara la importancia de la caballería. Para las unidades a
caballo era preciso disponer de una espada más larga. Esta resultó ser
la “spatha” copiada directamente los enemigos germanos y de la que
deriva el término espada. La spatha tenía entre 70 y 100 centímetros de
hoja y se generalizó en el siglo II para las unidades de caballería y a
partir del IV también para la infantería. La spatha permitía el combate a
distancia e intentar derrotar al enemigo mediante el tajo y no
solamente con la punta. La spatha subsistió al hundimiento del Imperio
Romano y modelos evolucionados se encuentran entre los vikingos del
siglo IX a XI. Se suele aceptar que la spatha es un producto de la
evolución que va del Gladius Hispaniensis a la espada medieval.
Metafísica de las dos espadas
Con
relativa seguridad podemos reconocer en el Gladius Hispaniensis una
espada de origen celtíbero o la evolución de una espada de origen celta,
mientras que la Falcata es un arma utilizada por los pueblos íberos. En
el estado de nuestros conocimientos parece poderse afirmar que mientras
los pueblos íberos procedían del Norte de África y eran pueblos
específicamente mediterráneos de los mismos troncos étnicos que
minoicos, cretenses, etruscos o pelasgos, los celtas pertenecen al mundo
indo-europeo. Al tratar de interpretar los datos facilitados por la
hematología ya aludimos a la contradicción esencial entre ambos tipos de
pueblos que se manifiesta incluso en la forma de las dos armas.
Los
pueblos mediterráneos practicaban el culto a la Gran Madre, a la diosa,
y eran fundamentalmente telúricos y lunares. Inevitablemente, la
Falcata Ibérica ha sido comparada a las espadas de tipo asimétrico cuya
forma evoca precisamente al perfil de la luna en creciente. Por su
parte, los pueblos indo-europeos practicaban los cultos masculinos,
viriles y solares. Cabré, arqueólogo español que dedicó algunas páginas
al Gladius Hispaniensis, quiso ver en esta espada una prolongación del
brazo elevado y con la palma extendida con el que los celtíberos
saludaban al sol.
No
se trata solamente de su origen, sino de cómo se incorporaron estas
almas al gran conflicto en el mundo antiguo. La Falcata terminó
incorporándose a los ejércitos cartagineses que penetraron en la
Península Itálica durante la Segunda Guerra Púnica, mientras que el
Gladius Hispaniensis se incorporó a las legiones romanas. En la lucha
entre Roma y Cartago, el mundo antiguo vio el gran choque entre dos
concepciones del mundo irreductiblemente opuestas entre sí. Los
cartagineses, adoradores de Tanit y de Astarté, potencia comercial
puesto al servicio de los intereses de la oligarquía comerciante,
potencia naval por excelencia, fueron, finalmente batidos por los
adoradores de Apolo y de Zeus, imperio político puesto al servicio del
impulso civilizador, potencia continental. El enfrentamiento entre
Tierra y Mar, entre Política y Economía, entre diosas telúricas y dioses
solares, entre comerciantes y guerreros, se saldó con la victoria de
Roma.
Sobre
el territorio de la Península Ibérica, estas dos armas, Gladius
Hispaniensis y Falcata Ibérica, diseñadas con dos concepciones
diferentes para el combate, son, en última instancia, la prefiguración
del drama de este país: en la más remota antigüedad, ya existieron “dos
Españas”.
© Ernesto Milà – infokrisis
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