Dinero y patrimonio en la antigua Roma
La
romanidad le dio siempre muchísima importancia a la descendencia (las
familias romanas no solían tener más de tres hijos) y a la herencia, a
la continuidad de la casta familiar. El patrimonio logrado por el
padre de familia, tierras, negocios, esclavos, debía siempre pasar a
ser manejado, tras su muerte, por los hijos o los herederos; era un deshonor para una familia que el patrimonio se viese dilapidado, vendido o consumido.
No acostumbraban a vender los bienes inmuebles o los negocios;
no les interesaba cambiar de actividades sino siempre acrecentar el
patrimonio. La meta económica y vital de los notables y ricachones
romanos fue siempre el aumentar el patrimonio heredado,
Séneca lo confirma en sus escritos: “Obremos como un padre de familia
excelente, acrecentemos lo que hemos recibido en herencia; que la
sucesión se traspase aumentada de mí a mis herederos”. Habían cazadores
de herencia, los ya mencionados clientes lamebotas y el más efectivo
de todos los cazadores: el fisco, que por medio de calumniosas
delaciones, usurpaban de la manera más tajante las herencias de
algunos desgraciados.
El patrimonio típico de un notable romano
estaba constituido por las más variadas y dispares posesiones: no se
trataba solamente de la tierra y de sus frutos como en la época feudal
sino que comprendía también los más diversos tipos de empresas
productivas y comerciales; “posesión del suelo, empresas familiares,
inversiones individuales”; los notables romanos no estaban
especializados por áreas; como su meta era siempre acrecentar su
patrimonio, cualquier negocio era bienvenido: agricultura, usura, textiles, importación-exportación, artesanía; era frecuente, todos los notables manejaban varias empresas.
Pero, ¿no que los romanos amaban tanto el
ocio y despreciaban el tener que trabajar?, porque tantas empresas no
dejaban mucho tiempo para el ocio si se quería que marcharan
exitosamente. La solución era simple, los notables romanos se
dedicaban a “gobernar” sus empresas, al igual que a su familia y a sus
empleados. El notable dejaba encargadas las labores financieras
frecuentemente a unos de sus libertos, o incluso a alguno de sus
esclavos más fieles, pidiéndole cuentas muy rara vez; el notable tenía
administradores que se encargaban de todos los detalles, tomando él
las decisiones más importantes. La “gobernación”, algo así como los
directorios de hoy en día, era la única actividad considerada digna de
un hombre libre, “porque era el ejercicio de una autoridad”. El clientelismo y la escasa fluidez de la información facilitaba el enriquecimiento rápido de quien tuviese jugosos datos: las informaciones confidenciales eran transmitidas como favores o incluso vendidas por agentes especializados.
La usura era otro medio
de fácil enriquecimiento, si se tenía capital monetario. Los notables
guardaban parte de su patrimonio en arcas denominadas como kalendarium,
al interior de sus hogares, aunque siempre trataban de evitar que el
dinero estuviese inmóvil. Es como si hubiese existido la costumbre
entre los empresarios de no tener nunca muchas monedas reunidas sino
de estar siempre iniciando nuevos negocios o comprando tierras, a
pesar de que aquellas no se vendieran sino que se acumularan. La usura
como negocio era una actividad casi exclusiva de los notables, aunque
se sabe también que entre la plebe circulaba también dinero de usura.
Muy frecuentemente se cobraba interés, aunque el deudor fuese un
amigo. Incluso las dotes atrasadas eran gravadas con interés. La
pequeña usura formaba parte del mundo cotidiano.
Las maneras de enriquecerse
eran variadas: por medios productivos y comerciales o por medios
extraeconómicos como la herencia, las mordidas (coimas), las dotes, la
violencia o los pleitos. La usura se consideraba como un medio noble
de enriquecerse, con el mismo miramiento que para con la agricultura o
las dotes. Los viejos opulentos que habían visto morir a sus hijos o
que nunca tuvieron descendencia, ostentaban las cortes más largas por
las mañanas, era gente que trataba de obtener parte de su herencia.
Una costumbre curiosa que vale la pena
destacar es la relación hombre mujer en cuanto que era tradición que
el hombre pagara siempre todos los gastos del consumo de la pareja.
Incluso la amante que engañaba a su marido tenía un salario mensual por parte del amante,
o también podía llegar a pagarle una renta anual, “de modo que las
mujeres corrían tras el asalariado del adulterio, mientras que los
hombres corrían tras las dotes”. Todo se compraba en Roma.
La violencia también era un medio utilizado para enriquecerse;
en Roma no existía lo que hoy en día llamamos policía; existían los
soldados del emperador que se encargaban de reprimir revueltas y
reprimir a los bandidos, sin asegurar por lo demás, la seguridad
cotidiana de las calles. La manera más eficaz de protegerse de la
violencia o el bandidaje era ponerse a la sombra de algún poderoso, con
milicia propia o con las suficientes influencias como para hacer que
el gobernador ordenase la persecución de los malhechores. Pero por lo
mismo, los notables poderosos tenían los caminos abiertos para usurpar
tierras o pequeños negocios a la fuerza, aduciendo ante la legalidad
alguna calumnia o delación; no vacilaban en apoderarse de los bienes
de los pobres libres, o incluso de algún otro potentado. La justicia
dependía de la buena voluntad del gobernador de provincia, y más que
de su voluntad, de su relación con el acusado o el acusador, o de la
influencia que el usurpador podía tener con mandos más altos en Roma.
La posesión de tierra era el ingreso a la nobleza; un comerciante sin tierra, por más rico que fuese, no era considerado noble.
Pero no solamente la tierra era señal de nobleza sino también los
bienes inmuebles, los edificios, las casas, que los notables
arrendaban a otros. Con respecto a la tierra y la agricultura, la
última no alcanzaba como para haber mantenido a una clase obrera. El
trabajo de la tierra de un individuo alcanzaba para alimentar a su
familia y al notable, a nadie más, pero el trabajo de varios individuos
alcanzaba para generar los excedentes que el dueño necesitaba para sus
lujos o sus inversiones. En la antigüedad la agricultura jamás
alcanzó para sostener una industria poderosa, la gran mayoría de la
población tenía que trabajar la tierra para poder alimentarse.
Existían tutores para
administrar las herencias de herederos incapaces de tales labores,
como los niños súbitamente huérfanos o algunas viudas; el tutor no debía
ocuparse de invertir por medio de la herencia de su pupilo, sino que su única misión era mantener libre de riesgos el patrimonio heredado,
por lo que la decisión más frecuente era vender los bienes de riesgo
(casas que pueden arder o esclavos que pueden morir) a fin de
convertirlos en bienes seguros: bienes raíces o usura: prestar el oro
obtenido a interés, jamás guardar el oro inmóvil, acto que los romanos
consideraban peligroso o despreciable. Sí podían invertir los
encargados de los patrimonios de las viudas, a condición de que aquel
aumentara.
El hecho que los
romanos estuviesen siempre moviendo o incrementado su capital les ha
hecho acreedores del estereotipo de que su raza es “económicamente muy
dinámica”; pero no es su único rasgo característico pues comparten
con judíos, griegos y chinos una especie de pasión por la emigración,
son un pueblo de diáspora; y claro, con las ventajas que ofrecía el
imperio, hubo siempre cantidad de voluntarios para ir a ocupar las
zonas conquistadas.
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