El trabajo en la Antigua Roma
Si
se trabajaba, la meta era siempre reunir un patrimonio para conquistar
el ocio, y en ello se asemejaban a los griegos. Muchos filósofos de la
época, entre ellos Aristóteles, consideraban que el trabajo
asalariado impedía al hombre conquistar la virtud, y por lo tanto tal
hombre debía someterse al gobierno de los notables, todos virtuosos y
únicos con la capacidad y el derecho a gobernar. Tanto en Roma
como en Grecia, el trabajo fue desde siempre considerado por parte de
las altas esferas como indigno de los hombres libres. El
comercio también era despreciado, salvo por Platón que veía en él una
necesidad, pero a parte de él, la mayoría consideraba que el comercio
debía ser nada más que un medio para ser dueño de las tierras; un
comerciante, por más rico que fuese, no era nunca respetado debidamente
si no era poseedor de tierras.
Platón mismo señalaba que una ciudad bien
gobernada debía mantenerse por el trabajo rural de los esclavos y por
el trabajo artesanal de los hombres de poca monta, para sostener a las
vidas virtuosas, cuya característica fundamental era el ocio. Quizás
lo más equívoco de las tradiciones griega y romana en cuanto a la
exaltación de los tipos sociales, es que no se admirase el progreso
social del individuo en una vida, como en el caso de los libertos o de
los hombres libres pobres que tras años de lucha lograron reunir un
patrimonio importante. Es una diferencia de relevancia entre las
tradiciones greco-romanas y las tradiciones occidentales modernas,
sobretodo con la norteamericana, donde se enfatiza y propaga el ideal
del “sueño americano”: el clásico ejemplo de un vendedor de diarios
que alcanza fortunas envidiables. Sobre todo si consideramos que no son
pocos los casos en la Romanidad en que un nacido esclavo logra
liberarse y ser posteriormente filósofo.
Se despreciaba el comercio
“atribuyéndole al comerciante todos los vicios imaginables: es un
desarraigado, solo actúa por avaricia, lleva dentro el germen de todos
los males, engendra el lujo, la molicie, y falsea la naturaleza,
porque se dirige hacia mundos lejanos de los que nos separa la barrera
natural de los mares y trae de allí productos que la naturaleza no
quiso hacer crecer entre nosotros”.
Se afirma que esta idea asociada al
desprecio del comercio la podemos encontrar en varias culturas
distintas. Por eso, ser rico significaba no tanto tener dinero como ser
dueño de tierra, como una forma de rechazar al advenedizo e impulsarlo
hacia el agro. Por eso también, un heredero, un individuo rico y
terrateniente, no era considerado comerciante por más que se dedicase
al comercio, lo importante era no haber comenzado por tal actividad.
De la misma manera, eran considerados pobres todos aquellos que no
poseían una fortuna personal, un patrimonio, por más que fuesen
clientes o músicos o gramáticos. El hombre libre era aquel hombre que
poseía el patrimonio suficiente como para no trabajar, es decir, para
dedicarse al ocio.
Los cargos públicos eran bien o mal considerados según los cargos y los lugares,
sin existir una lógica aparente para su calificación como dignidad o
trabajo. Por ejemplo, un gobernador de África con un salario fastuoso,
era considerado una dignidad, una función pública, mientras que un
gobernador de Egipto, con el mismo salario, según el decir de la
gente, no cumplía una función pública. Quizás porque los gobernadores
de África eran designados por el antiguo senado mientras que los de
Egipto eran reclutados de un cuerpo de funcionarios imperiales.
También existían algunas paradojas en cuanto
a la admiración o desprecio de una misma actividad llevada a cabo por
personas distintas. Un noble que además era negociante era muy
admirado, mientras que un simple hombre libre y comerciante era por lo
general, despreciado. Lo mismo ocurría con los oficios, nadie
admiraba a un empresario agrícola, pero si el que se dedicaba a tal
actividad era un notable, lo elogiaban constantemente. “Haga lo que
haga, un notable o un noble no se verá nunca definido por ello; en
cambio un pobre es zapatero o jornalero”. Quizás el ejemplo más
conocido es el de Marco Aurelio, emperador y filósofo, en cuyo caso su
ocupación filosófica era considerada aún con más mérito, porque no
tenía la necesidad de ser filósofo.
Por más que se despreciase el trabajo (en las altas esferas), los dignatarios políticos debían ensalzarlo,
porque después de todo era el trabajo de la mayoría el que sostenía
los placeres de una minoría. La ciudad “era una institución que se
superponía a la sociedad natural humana, a fin de que sus miembros
llevasen una existencia más elevada”. Los pobres no debían trabajar
para colaborar con la ciudad sino para impedir que la miseria los
incite al crimen. Según Isócrates, “se orientaba a las gentes modestas
al cultivo de la tierra y al comercio, porque se sabía muy bien que
la indigencia nace de la pereza, y el crimen, de la indigencia”. Pero
se despreciaba el campo, más que el campo, las labores campesinas; los
notables vivían en las ciudades, no en el campo; desde las ciudades
atendían los quehaceres financieros del campo, que como dijimos, era
señal de admiración; siendo sin embargo admirada nada más que su
posesión.
En cuanto a la admiración o desprecio que
se tenían por las profesiones liberales, nada está muy claro; en
cierto sentido los notables y filósofos despreciaban a los asalariados, y
muchos profesionales eran asalariados; lo que atenuaba un tanto su
posición era ser cliente de algún notable, con lo cual, teóricamente,
dejaba de ser asalariado. Sin embargo, muchos emperadores,
cuya ocupación era ser el curador, o tutor de la totalidad del pueblo
romano, protegían efectivamente el trabajo del pueblo, ya sea
proveyéndolos de recursos, o cuidando sus intereses (como Augusto), o
rechazando el empleo de máquinas para las construcciones (como
Vespasiano con el Coliseo). Además el desprecio del trabajo no era característica de todo el Imperio,
en otros lugares era admirado, como en Pompeya o en África, donde ricos
comerciantes pregonaban a viva voz su oficio, o mejor aún, lo
inscribían en su epitafio (señal de riqueza siempre bastante cara).
El enaltecimiento del trabajo era el orgullo de la clase media,
que de ninguna manera era mayoría pero sí mucho más rica que la plebe
y a veces tan rica como los notables; la clase media estaba
conformada mayoritariamente por libertos que habían encontrado en la
producción y el comercio una manera de empezar una dinastía familiar
(los hijos de aquellos nacen libres): panaderos, carniceros,
vendedores de vino o de ropa, a veces ricos pero sin poseer nobleza
urbana. Los libertos adinerados sabían leer y escribir, fueron a la
escuela hasta los doce años. San Pablo fue un representante de dicha
clase media, hijo de un fabricante de tiendas de campaña, dedicó su
obra a discípulos corintios de su misma clase.
En la antigüedad, un panadero, un carnicero
o un comerciante de calzado no eran simples tenderos sino plebeyos
ricos, con capital acumulado y esclavos que trabajaban para él. La
plebe romana estaba compuesta por tres clases económicas: la que vive
el día a día y debe contentarse con un mínimo alimentario; los
tenderos y comerciantes pobres y sin capital que compran hoy para vender
mañana; y finalmente los ricos comerciantes con un capital ahorrado
suficiente como para comprar al por mayor o con capacidad de almacenar
sus productos, sin ser un gran mayorista. En Pompeya aún se
advierten las diferencias entre los tenderos ricos y pobres; los
últimos viven en el desván del negocio, subiendo una escalerilla,
mientras que los primeros poseen casas grandes y fastuosas, una domus
con patio de quinientos metros cuadrados de superficie.
El historiador afirma como conclusión que los romanos no despreciaban al trabajo sino a los que se veían obligados a trabajar para sobrevivir,
y que por lo tanto es un error decir que los antiguos sabios
despreciaban la utilidad o las aplicaciones prácticas de las
construcciones fruto del trabajo.
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