La vida privada de la familia romana
Entre los romanos, como entre los griegos, eran los padres de familia quienes decidían si aceptaban o no al recién nacido.
La señal de aceptación la daba el padre cuando lo levantaba del suelo
donde lo había dejado la matrona: el padre lo tomaba o acogía (tollere)
con tal acto. Si por el contrario no lo aceptaba, el hijo era
expuesto, es decir, era dejado en algún basurero público o en algún
domicilio; en tal caso los recién nacidos o bien morían, o bien eran
recogidos por tratantes de esclavos que lo alimentarían para
posteriormente venderlo.
Romanos y griegos sabían que ni egipcios, ni germanos, ni judíos exponían a sus hijos, sino que los criaban a todos. Los criterios usados para abandonar a los recién nacidos
(niños expósitos) eran diversos: a los malformados se los exponía
siempre, los pobres los exponían por no tener con qué alimentarlos; la
clase media prefería tener menos hijos para poder educarlos mejor. En
el campesinado de las provincias orientales, la familia que había
llegado a un máximo tolerable de hijos regalaba los sobrantes a otras
familias que los aceptaban gustosos (más trabajadores para la
familia); aquellos hijos regalados eran llamados threptoi
(tomados a cargo). Pero incluso los ricos llegaban a no desear un hijo,
frecuentemente por cuestiones legales de testamento. Los niños
expuestos rara vez sobrevivían: los ricos no lo querían ver más
mientras que los pobres guardaban algunas esperanzas de que el niño
fuese acogido.
El abandono de los recién nacidos era también un gesto de protesta por parte del marido,
en caso de sospecha de adulterio femenino, como también por parte del
pueblo frente a los Dioses: “un rumor corrió en cierta ocasión entre
la plebe: el senado, habiendo sabido por los adivinos que en aquel año
iba a nacer un rey, se proponía obligar al pueblo a abandonar a todos
los niños que nacieran durante el período en cuestión. ¿Cómo no pensar
en la matanza de los inocentes (que probablemente es un hecho
auténtico y no una leyenda)?”. Por otra parte, no se permitía la presencia masculina en los partos.
En Roma “pesaba más el nombre que la sangre”;
los bastardos tomaban el nombre de su madre, y es conocido el hecho
de que aquellos hijos no reconocidos nunca llegaron a la política o a
la aristocracia, mientras que los libertos (esclavos liberados por el
amo) y sus hijos llegaron incluso hasta el senado, porque los libertos
tomaban el nombre de familia del amo que los había liberado, lo mismo
que los adoptados.
Los Romanos eran algo escrupulosos con
respecto al sexo; hay una vasija que representa a una pareja teniendo
sexo y un esclavo trayéndoles el agua para la higiene. La
anticoncepción era frecuente en Roma, en donde según estimaciones el
número promedio de hijos era de tres. Sin embargo no diferenciaban entre
anticoncepción y aborto. Los métodos más usados eran el lavado
después del acto y el uso de espermicidas; no hay alusión al coitus
interruptus. Hubo una doctrina que no influyó mucho de un tal Soranos,
que afirmaba que la mujer concebía exactamente antes o después de la
regla (se mantuvo desconocida y esotérica).
La ley romana otorgaba a las madres de tres
hijos un privilegio por haber cumplido con su deber. Los textos hablan
de madres de tres hijos con particular frecuencia. Pero no fue así
durante todo el imperio, el número de hijos dependía de la época, pues
con la llegada de los cristianos y estóicos el número aumentó; Marco
Aurelio tuvo nueve hijos; Cornelia, madre de los Gracos, doce.
Los niños de las familias acomodadas eran desde muy pequeños entregados a los cuidados de una nodriza y un pedagogo, encargados de su buena educación y alimentación (nutritor, tropheus).
Cuando un joven se casaba, su madre y la nodriza iban la noche de
bodas a darle los últimos consejos. El niño y el joven andaba todo el
día con ellos (nodriza y preceptor), y sólo en la noche cenaba y veía a
sus padres. (Anécdota: Nerón tendrá por cómplice en el asesinato de su
madre a su preceptor, y su nodriza fue la única que lo consoló cuando
todos lo empujaban a la muerte).
Los dos personajes que acompañan al niño romano son como una segunda familia;
en las buenas casas, o en las más adineradas, mandaban a dicha
pequeña familia (niño, nodriza y pedagogo) al campo, a cargo de una
señora madura, muchas veces severa, que disponía de la educación y de
las distracciones de los hijos de la familia: César y Augusto fueron
educados así. Vespasiano fue educado por su abuela paterna. Sin
embargo, en la práctica, los chicuelos eran bastante atrevidos. Se pensaba en Roma que la verdadera moralidad era la resistencia al vicio no tanto como el amor a la virtud. La distancia entre padre e hijos era enorme y a éste debían dirigirse siempre como señor (domine).
La adopción de hijos era también un fenómeno frecuente en Roma, porque era útil; lo más importante para un Romano era la prolongación en el tiempo del nombre de familia;
así, los viudos sin hijos solían adoptar hijos para prolongar su
nombre. El caso más famoso de adopción es el de Octavio Augusto
(emperador) quien fuera adoptado por César, haciéndolo hijo y
heredero.
Las nodrizas eran quienes enseñaban a hablar a los niños; en las casas acomodadas solían ser griegas, para que los nenes aprendiesen la lengua de la cultura. Los criadores o pedagogos enseñaban a los niños a leer.
La escritura, aunque era clara señal de nobleza, no era un privilegio
exclusivo de la clase pudiente, pues se ha descubierto en diversos
papeles que la plebe sabía leer y escribir y que
circulaban escritos literarios que llegaban hasta los puntos más
alejados del imperio, no necesariamente grandes ciudades sino también
pequeños villorrios. Los preceptores particulares enseñaban a la niñez
pudiente pero no era aquella la única forma de educación: habían
escuelas hasta en las más pequeñas aldeas, con clases por las mañanas y
vacaciones anuales, donde se enseñaba lo básico.
Gran parte de los niños romanos fueron a las escuelas (hasta los doce años); las escuelas eran mixtas.
A los doce años los niños se separaban, y solo los varones de las
familias adineradas proseguían los estudios, bajo la tutela de un
gramático: autores clásicos y estudio de la mitología; las niñas entre los 12 y 14 años eran consideradas en edad núbil: podían ser ya prometidas a varones de otras familias, y a los 14 eran ya consideradas como señoras (domina, kyria),
a esa edad se casaban, y desde entonces se dedicaban solo a
embellecerse o a trabajar en la rueca, las aristócratas claro. Su
futura educación dependería del marido, quien decidía acerca del
desarrollo de su saber.
Los estudios del varón no se hacían con fines
utilitarios sino más bien por la apariencia (prestigio) enfocándola
más que todo en la retórica. En las zonas griegas del imperio la educación era diferente,
ya que conservó su ancestral sistema de enseñanza: primero porque era
pública, se hacía en gimnasios abiertos para todo el mundo; segundo
porque el enfoque estaba puesto tenazmente en el deporte, que ocupaba
más de la mitad del tiempo de los chicos; y finalmente porque la
educación griega se prolongaba hasta los 16 o incluso los 18 años de
edad, en que el joven era todavía considerado como un efebo. La
historia, filosofía y literatura se enseñaban en los rincones mismos de
los gimnasios. Aún hay una cuarta diferencia: todos los preceptores
romanos (que frecuentemente eran griegos) enseñaban griego a sus
pupilos, pues era la lengua de la cultura y de las ciencias, mientras
que en Grecia ignoraban el latín y no lo tomaban muy en serio,
ignoraban incluso a Cicerón o a Virgilio; solamente después de largo
tiempo, a finales de la antigüedad, aprenderían estos latín, “para
llevar a cabo una carrera jurídica en la administración imperial”.
Terminada la educación el joven romano aristócrata tenía dos caminos: el ejército o la administración pública;
los más pudientes optaban por la segunda vía, siendo frecuente ver a
chicos de 16 o 18 años ocupando el cargo de oficiales o sacerdotes del
estado o de oradores del foro. Como dijimos, la retórica era muy
apreciada: un buen orador tenía siempre más popularidad o fama que
cualquier poeta (la oralidad era más tomada en cuenta que la
escritura). Pero la retórica siempre se ocupó de temas fáciles que
atañían sobretodo a las relaciones sociales mucho más que a la
naturaleza o la psique (temas preferidos por los griegos). Por otra
parte, no había mayoría de edad legal; simplemente el padre decidía
cuando cambiar de ropas (ponerle la toga) y afeitar a su hijo,
tratándolos o de púberes o de impúberes. Con respecto a las ropas, era
común poner fajas a los niños de manera tal que no creciesen
deformes.
En cuanto a la sexualidad, la virginidad de las mujeres era considerada “sacrosanta”;
los varones en cambio, debían conquistar a una sirvienta, o ir a
Suburra, barrio de mala fama de Roma, o dejarse espabilar por una dama
de alta sociedad. Existía algo así como una organización de jóvenes (collegia iuvenum)
que gozaba de particulares derechos; se reunían los jóvenes a
practicar la esgrima, andar en carros, pelear, pero también salían
frecuentemente a saquear las tiendas (siendo jóvenes más bien
adinerados), molestar a los burgueses y violar casas de mujeres con
mala reputación, sin que nadie se los impidiese, frecuentemente por
las noches; era una suerte de privilegios de los que gozó también
Nerón.
Sin embargo, todas esas “aventuras” de
juventud terminaban con el matrimonio, donde el joven se veía separado
de su pandilla. Así fue la primera moral romana, hasta el siglo II
d.C. en que se cambiaron las costumbres, al menos en teoría, empezando
a alabar las costumbres puritanas (o higiénicas), apoyados tales
cambios por sabios como Tácito, quien decía que los “buenos salvajes
(germanos) sólo conocen el amor tardíamente, de manera que sus fuerzas
juveniles no se agotan”, o como Marco Aurelio, emperador y filósofo,
quien se felicitaba de “haber salvaguardado la flor de su juventud, de
no haber ejercitado precozmente su virilidad, e incluso de haber
retrasado el momento con creces”, ni de haber tocado a su esclavo
Theodotos ni a su sirvienta Benedicta.
Por otra parte, en vistas de las pandillas, “el haberse casado joven era señal de honestidad”.
Hubo también un cambio legal con respecto a los jóvenes: la
prohibición de otorgar créditos a menores de 25 años, porque antes les
eran otorgados según las fortunas de sus padres y se lo gastaban todo y
más, antes de tiempo.
Existía una ley romana por la que los griegos siempre sintieron curiosidad: cualquier
hombre, cualquiera sea su edad o su estado civil, permanecía bajo la
autoridad del padre y no se convertía en un romano con todos los
derechos (padre de familia) hasta el fallecimiento del padre.
Así, un huérfano de padre, disponía de su herencia y de todos sus
derechos; pero el padre disponía incluso de la vida de sus hijos (ya
crecidos), era su juez natural. Frecuentemente, el padre entregaba a
su hijo un cierto capital (peculio) del cual podía disponer.
“Psicológicamente, la situación de un adulto
cuyo padre viva resulta insoportable; no puede mover un dedo sin el
consentimiento paterno, ni cerrar un contrato, ni liberar a un
esclavo, ni testar. Solo es dueño, a título precario, de su peculio,
exactamente igual que un esclavo”. Tampoco podía el hijo hacer carrera
sin el consentimiento del padre; de hecho, para ocupar un cargo público
por lo general había que desembolsar una buena cantidad de dinero;
por eso era un solo hijo a quien alentaban para ocupar tales cargos. No
existía el derecho de primogenitura pero la costumbre “aleccionaba a
los más jóvenes a inclinarse ante la prioridad del mayor”.
Por lo anteriormente mencionado, el
parricidio era relativamente frecuente. Durante las guerras civiles,
los hijos y los esclavos solían cometer deslealtades para terminar con
la vida del padre. La hija que quedaba huérfana tenía ciertos privilegios (siempre y cuando no tuviera un tío), pudiendo decidir de su herencia e incluso decidir con quien casarse.
La lectura del testamento
era un acontecimiento muy importante y esperado, pues con aquel se
conocían las inclinaciones u odios del padre. Era tan importante que
incluso algunos lo leían antes, en un banquete, para conquistar
simpatías.
En la Italia
romana, más o menos en el año 0, habían cinco o seis millones de
ciudadanos libres y uno o dos millones de esclavos
(trabajadores domésticos o peones agrícolas). La población estaba
distribuida en centenares de pequeños pueblos agrupados entorno a
ciudades con monumentos y residencias particulares (domus).
No se sabe mucho de los esclavos pero el matrimonio les estaba
prohibido (y por lo tanto también la familia), viviendo en perpetua
promiscuidad sexual, la cual algunos poetas la calificaban como el
verdadero paraíso. Solo a los esclavos del emperador les estaba
permitido tener concubinas.
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