La vida social en la antigua Roma

Los ciudadanos romanos también eran
atraídos por las construcciones, por las grandes ciudades y sus
acueductos, edificios, canales, puentes y por los nuevos inventos que
eran más bien escasos para la época (eran la excepción y no la regla),
tal como los cuadrantes solares que pronto fueron construidos en cada
ciudad. Y por supuesto se delitaban con las esculturas que eran muy
abundantes, y los mosaicos que adornaban numerosas paredes.
Pero el placer más reverenciado entre los romanos era el banquete,
que se solía preparar a diario entre los notables; aunque incluso los
más pobres hacían su pequeña cena diaria, siempre por la noche. La
comida nocturna era el premio al esfuerzo diario, el momento en que se
olvidan las obligaciones y los deberes y se relajaba el romano para
charlar y “sostener su personaje”. El banquete debía realizarse
comiendo recostados sobre lechos, pues sentarse a la mesa era señal de
extremada pobreza. Siempre se empezaba comiendo, prácticamente sin
beber y sin charlar, la comida era bastante condimentada, la carne
siempre hervida antes de asarla y luego endulzada; el sabor más característico de la romanidad era el agridulce. El verdadero banquete comenzaba después de la comida, durante la comissatio,
en que se bebía y charlaba largo tiempo, bebiendo, ricos o pobres,
vino diluído. Así mismo, durante el banquete se juntaban personas de
todas las clases sociales, todas ordenadas y distribuidas mediante un
orden jerárquico. Los festines entre los notables se caracterizaban
por romanos que llevaban arreglos florales o coronas sobre la cabeza, y
por estar todos perfumados y untados en aceites olorosos (se
desconocía el alcohol). En los banquetes cotidianos generalmente se
invitaba al filósofo doméstico (frecuentemente un griego, un grammatici) para que disertara a los integrantes de la familia.
La cotidianeidad feliz de los romanos se encontraba en la convivencia con amigos mucho más que en la familia. Por eso el pueblo compartía los atardeceres en numerosas cofradías (collegia)
o en tabernas, donde encontraba a sus amigos y colegas de oficio. En
las cofradías y en las tabernas se bebía y se charlaba, en Pompeya las
tabernas ofrecían también su horno pues muchos pobres no poseían uno
para calentar su comida. El poder imperial luchó durante cuatro siglos
para que las tabernas no ofrecieran comida y no funcionasen también
como restaurantes (thermopolium). También las cofradías
molestaban al imperio, pues consideraban peligrosos esos numerosos
pequeños centros de poder, donde los propósitos de tales agrupaciones
no estaban claramente definidos.
En un principio los collegia
fueron establecidos como agrupaciones de gentes practicando el mismo
oficio o que le rendían culto a la misma divinidad, se agrupaban
hombres libres e incluso esclavos en torno a un mismo tema afín. Cada
ciudad tenía una o más cofradías, donde se reunían exclusivamente hombres,
y se imitaba la organización política de las ciudades, nombrando
secretarios, magistrados,... En las cofradías también se celebraban
los banquetes, de hecho eran un pretexto para comer, aunque también
pertenecer a una de ellas aseguraba un funeral digno y un banquete
tras el funeral (mecenazgo funerario). Para ingresar a una cofradía frecuentemente había que pagar un derecho de entrada,
con lo que se aseguraban parte de los gastos de los banquetes. Así
mismo, alguno de los integrantes podía pagar por anticipado los gastos
de su funeral, de manera a tener una celebración que destaque de las
demás. “La multiplicación de los colegios hizo de ellos el marco
principal de la vida privada plebeya”, aunque las tabernas fueron siempre más abundantes.
En todo caso, las cofradías no tardaron mucho en ser el lugar
preferido para el proselitismo de los pretendientes a gobernantes, ni
tampoco tardaron en fraguar protestas populares, puesto que por
natural inercia, pronto se empezaron a proferir durante las reuniones
las quejas contra los gobiernos de turno.

Los banquetes estaban fuertemente
relacionados con la religión; se ofrecían sacrificios a los Dioses,
pero hay que entender que sacrificio (philothytes)
significaba para los romanos festín. Se inmolaba un animal, en el altar
(particular o público), y todos comían y bebían. Cuando el festejo se
realizaba en un templo público, los sacerdotes y sus cocineros eran
pagados con las carnes de los animales, que luego revendían a los
carniceros de cada ciudad. Así mismo, cada ciudad tenía sus propios días de festejo, días en que nadie trabajaba;
la semana judeocristiana no se conoció hasta finales del imperio, por
lo que el año tenía días de descanso establecidos pero no
necesariamente periódicos; y por lo mismo, se hacían muchas fiestas.
El inicio de cada año y de cada mes era siempre celebrado con un
banquete, lo mismo que el aniversario de nacimiento de cada padre de
familia, en que se sacrificaban animales en honor de los genios
protectores (Lares, Penates, genius). Todos esos banquetes eran también esperados (se fomentaba la espera del placer) por los numerosos mendigos (bomolochoi)
que albergaban las ciudades romanas. Los pobres también solían
efectuar sacrificios, aunque más modestos: le ofrecían un ave a
Esculapio y volvían a casa a cocinarla, o más sencillamente,
depositaban sobre el altar doméstico una torta de trigo (farpium). De la misma manera, los ricos también tenían maneras más sencillas de reverenciar a los dioses (invitare deos): sacaban las estatuillas de los dioses y disponían junto a ellas los manjares preparados.

Los baños no eran una práctica de higiene ni
tampoco un lugar sagrado, sino un placer parecido a la “vida de playa”
de los modernos, un lugar donde se hace deporte, donde uno se
divierte en el agua y también un lugar de encuentro de amistades. Cristianos
y filósofos consideraban a los baños y a la limpieza en general como
un signo de molicie, siendo la barba sucia de los segundos parte de su
orgullo y señal de austeridad. La apertura de los baños públicos era anunciada con el gong (discus),
todos los días del año. Toda mansión tenía su propio baño, que
frecuentemente ocupaba el mismo espacio que varias habitaciones. Los sexos se hallaban separados en los baños públicos.
A partir del año cien a.C. los baños públicos incluyeron en sus
servicios el de ofrecer lugares temperados artificialmente para apagar
los rigores del frío.

Sin embargo, al final de la antigüedad
romana, los espectáculos comenzaron a ponerse en cuestión: según los
cristianos de la época “el teatro es lascivia, el Circo ansiedad y la
arena crueldad”. Se puede pensar con mucha razón que la romanidad era
un tanto sádica, aunque se sabe que la mayoría de los gladiadores eran
voluntarios y bien pagados; el máximo interés de la gente se centraba
en el momento crucial donde se decidía por la vida de los
gladiadores, cuando el mecenas que pagaba la fiesta decidía por la
vida o la muerte del luchador (tales escenas son muy frecuentes entre
los sepulcros y las paredes de las mansiones). Pero lo cierto es que
los romanos eran tan sádicos como los hombres del medioevo, que
acudían masivamente a ver como morían los condenados a muerte,
cristianos mirando una mujer quemándose. Además, quizás los romanos
tengan una pequeña excusa; en toda tierra conquistada por ellos se
prohibían los sacrificios humanos.
En cuanto a los placeres privados y la
sexualidad, Veyne quiere desmitificar el letrero lascivo e impúdico
que le han colocado al imperio romano; en la Roma del Imperio estaba
prohibido hacerle el amor a la mujer durante el día (excepto al día
siguiente de la boda), hacerle el amor con la luz encendida ni tocar o
ver los senos desnudos de la mujer. Toda mujer, incluso las
prostitutas debían y conservaban su sostén durante el acto amoroso. En
suma, el cuerpo desnudo de la mujer estaba velado para ellos, velado
por la leyes morales romanas. Pero la romanidad era también una
sociedad machista donde “o se sablea o lo sablean a uno”; los
muchachos se desafiaban de palabra en términos fálicos. Cualquier romano enamorado de una mujer era considerado un demente o un esclavo moral; “ser activo, eso quería decir ser un macho, cualquiera que fuese el sexo de la pareja pasiva”. La pasividad (impudicitia)
era considerada un signo de afeminamiento. Por otra parte, la
pederastia era tolerada, quizás por la simple existencia de la
esclavitud; por tal tolerancia la pederastia estuvo muy difundida por todo el imperio.
Leamos con agrado el juicio moral que hace
Veyne, un verdadero Asterix, de los romanos: “Los romanos no conocían
más que una variedad de individualismo, que confirmaba la regla al
tiempo que parecía negarla: era la paradoja del débil enérgico;
citaban con secreta delectación el caso de senadores cuya vida privada
era de una debilidad detestable, sin que dejasen por ello de dar las
más inequívocas muestras de energía en su actividad pública”, como que
las romanas mandaban en casa. “Henos aquí ante los romanos
tranquilizados; de hecho, su individualismo peculiar no se llamaba
experiencia vivida, complacencia en sí mismos o devoción privada, sino
tranquilización”.
Existe una clara diferencia de
comportamientos entre la romanidad antigua y la que anticipa su
decadencia y la entrada al medioevo. La romanidad antigua se
caracteriza por rasgos de cortesía y altivez entre todos los hombres
libres, incluido el emperador, considerado como un ciudadano más. Por
más que un hombre libre ocupase un rango jerárquico bajo, debía
comportarse con respeto pero sin rasgos de servilismo. Se ha dicho que
uno de las causas de la decadencia romana es la degeneración en las
costumbres, el despotismo y los aires megalómanos de los últimos
emperadores. Tal diferencia se muestra claramente en las artes; las
esculturas de los emperadores antiguos representaban fielmente la
realidad (al igual que las pinturas de las batallas o de la vida
cotidiana), generalmente un joven de buen talante, intelectual y de
“rasgos individualizados”, mientras que los de finales del imperio
representan a un inspirado de ojos asimétricos o a un “jerarca
musoliniano”. A finales de la romanidad todo cambia, la elocuencia se
transforma en “una negra retórica expresionista” y la política en una
actividad despótica y “sublime”. La desmesura es característica del comienzo de la decadencia romana.
Así mismo, en las relaciones sociales el amor no era exaltado como lo más importante sino la amistad
(confundida con el clientelismo); el amor para los romanos era
asociado con el servilismo, lo mismo que el afecto para con el padre,
considerado como un comportamiento plebeyo.
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