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jueves, 7 de noviembre de 2013

Filosofías y religiones en la Antigua Roma

Filosofías y religiones en la Antigua Roma

Filósofo romanoPara los romanos la filosofía consistía en un conjunto de “ejercicios espirituales y reglas de vida”; no se la entendía como se la entiende en los tiempos modernos, como un conjunto de saberes y teorías acerca del cosmos. La filosofía romana como tal, apuntaba casi exclusivamente al hombre y al saber vivir. Existían entonces academias, igual que en Grecia, donde no solamente se acumulaban saberes sino donde también se enseñaba a vivir, a saber vivir; los epicúreos, los hedonistas, los estoicos no pretendían otra cosa más que sugerir códigos de comportamiento y de pensamiento capaces de “sustraer al individuo de las inquietudes de la existencia”.
La religión, en cambio, estaba muy poco relacionada con las reglas de vida o las ideas acerca de la muerte y el más allá; aquella no pretendía ser más que una descripción de los panteones y de las virtudes de cada dios, o a lo sumo inculcar una devoción interesada por los favores divinos; habían dioses de todo tipo, dioses que favorecían la agricultura, que protegían o castigaban en el mar, o que representaban a la sabiduría, a los sueños, a la imaginación, no prometían sus dioses solamente salvación eterna y más allá (también había de estos), los dioses eran tan abundantes como las virtudes. Cada cual veneraba al Dios que escogiese, frecuentemente un Dios a quien le habían erigido un templo cercano a su hogar, y se formaba una idea de él proporcional a su capacidad espiritual e intelectual. “En lugar del partido único que es una Iglesia, nos hallamos ante la libre empresa religiosa: cada uno formaba un templo y enseñaba el dios que quería, como si abriera un hotel o lanzara un producto nuevo, y cada uno se convertía en cliente del dios que prefería y que no era forzosamente el mismo que la ciudad había preferido por su parte: la elección era libre”. Y a nadie se le ocurría decir que hay un solo dios.


Por lo tanto el concepto de Dios de los romanos es medularmente distinto del concepto de Dios de las “religiones del libro”, de las religiones monoteístas como la musulmana, la cristiana o la judía; en efecto, los dioses romanos eran considerados como unos habitantes más de la naturaleza, influyentes y poderosos pero habitantes del mundo: “constituyen una de las tres razas que lo pueblan...los animales, que no son ni racionales ni inmortales; los hombres, racionales pero mortales; y los dioses, racionales e inmortales”. Los dioses romanos eran sexuados y se distinguían por sus nombres, pudiendo desde luego tomar otros nombres en territorios extranjeros sin que ello diera motivo a peleas: “Júpiter es en todas partes Júpiter, igual que un león es en todas partes un león, pero se llama Zeus en griego, Taranis en galo y Yavhé en hebreo”. No respetaban a los dioses extranjeros cuando eran considerados ridículos, como cuando tomaban formas humanas mezcladas con animales (caso egipcio), o como cuando los propios extranjeros temían a sus dioses (deisidaimonia) y eran en exceso serviles y piadosos. De hecho, los dioses representaban para la gente lo que un patrono para un romano pobre: se rendían a los dioses los mismos honores (colere, timan) que a los hombres superiores, se le pedían favores, se los iba a saludar todas las mañanas, o se los saludaba con la mano en alto cada vez que se pasaba delante de su imagen e incluso se les criticaba cuando no se dignaban a conceder los favores pedidos, como cuando murió Germánico, un príncipe muy querido: los romanos se precipitaron furiosos a “lapidar” los templos porque los dioses no supieron salvarlo.
Pero no por ello debemos pensar que el pueblo romano era impío o nada más interesado; no se temía a los dioses porque la concepción que de ellos se tenía es que eran buenos y justos. Muchos, sobretodo las mujeres, iban a los templos a rogar y hasta a colaborar con la limpieza y el adorno; la mayoría tenía esculturillas en sus hogares, y los dioses y genios menores eran como parte de la familia. Había eso sí, distanciamiento de los dioses entre los poderosos, la familiaridad popular con ellos no existía; había que mantener la distancia tanto con los inferiores como con los superiores, que frecuentementEpicuroe colindaba con la impiedad y una extrañeza burlesca para con la piedad popular. En lo que si creían los notables (pero jamás llegaron a tener certeza), es en una providencia; se hablaba frecuentemente de los dioses, de la divinidad, a la cual no se le rendía culto en bloque pero que sin embargo era un término muy usado cuando ocurría algo bueno. La posición de los doctos para con la religión fue siempre “categórica: ni una palabra de todo ello”. Creían a lo sumo en una providencia, pero escasas veces un docto reverenció a uno de los dioses. Varios fueron más bien sarcásticos con los dioses: “¿pero que hacen entonces con sus órganos estos eternos bienaventurados?...¿hay, por tanto, un estómago, intestinos y órganos sexuales en el interior de estas figuras?”, exclamaban Plinio o Cicerón. Por otra parte, los dioses no eran inalcanzables, se hallan justo encima de los hombres: “Epicuro, según un secretario suyo, “ha sido un dios, sí, un dios””; por eso también es que se divinizaba a reyes y emperadores, “y por ello también las sectas estoica y epicúrea pudieron proponer a los individuos su conversión, con el nombre de sabios, en los iguales mortales de los dioses; llegar a ser “superhombres”...”, aunque las invitaciones a ingresar al clan de los divinos o al reino de los cielos fueron prácticamente nulas, pues una cosa es ser un reflejo y otra, lo reflejado.
Hubo sin embargo un cambio paulatino en el paganismo alrededor de los años 100 d.C. Primero por un cambio en la consideración de los dioses que fueron transformados hasta tener una función: no serían ya simplemente protectores sino también gobernadores y consejeros; dicho cambio estuvo acompañado por un claro aumento en la piedad popular. Antes del cambio, los intermediarios entre dioses y hombres eran institucionales: los sacerdotes o los oráculos; pero con el cambio el pueblo pareció sensibilizarse y ya no fueron tan solo las vías institucionales quienes permitían comunicarse y recibir las órdenes de los dioses sino también las individuales: sueños, presentimientos y todos los pequeños cambios en la vida cotidiana en los que el pueblo reconocía oráculos divinos. Quizás el aumento en la piedad y la consideración más seria para con los dioses fue fomentada por toda una pequeña serie de pequeños libros de piedad: “el paganismo de la clase media, que había ido a la escuela hasta los doce años, se hizo también librezco”.
Baco, el dios del vino y de todo lo espontáneoEl más allá nunca tuvo una doctrina como fundamento, ninguna de las sectas filosóficas más conocidas prometió nunca nada más allá de los confines terrenales. Lo que no implica que no se creyera en su existencia, aunque fuere nada más que como un medio de consuelo, y no fue nunca muy arraigada en la gente pues como dijimos, no existieron doctrinas lo suficientemente difundidas como para sostener tal creencia. Los pocos testimonios de tal creencia se encuentran en los sarcófagos y en algunos ritos funerarios (flores, jarrones, perfumes junto al cadáver), y sobretodo en los sarcófagos infantiles, siendo Baco el dios favorito para las representaciones pictográficas de los sarcófagos; “Baco, dios del más allá, era un puede ser consolador del que se había oído hablar”. No creían sin embargo que los difuntos pudiesen sentir los perfumes o contemplar las dádivas. Aunque los dioses no eran temidos en vida, si existía una creencia bastante difundida en un tribunal de dioses, siempre justos, benévolos y vengadores, que tenían la facultad de hacerlos sufrir durante el descanso.
Las dos sectas o escuelas mayores (por su difusión) durante el imperio romano fueron la estoica y la epicúrea; ambas proponían una liberación del miedo y una promesa de felicidad, independiente de los golpes de la suerte; la secta no era una escuela donde se aprendían ideas generales sino que se buscaba en ellas “un método razonado de tranquilización”. El estoicismo, según Veynes, “prescribía la necesidad de mantenerse, a fuerza de ejercicios de pensamiento, en un estado de ejercicio heroico al que nada pueda ya afectar”, justificando su doctrina por la existencia de una razón y una providencia; sugerían cumplir con los deberes y obligaciones que dictaban la familia y la ciudad so pena de desgracia o mutilación. El epicureísmo sostenía la necesidad imperativa en el hombre de librarse de todo tipo de angustias y de falsas necesidades; “prescribía una vida a base de amistad y agua fresca”, y la única obligación en su doctrina era cumplir con los pactos de amistad. Ambas escuelas defendían el suicidio como método válido y digno ante la enfermedad o la persecución; sostenían también ambas el desdén por la muerte, los vanos deseos, el dinero, los honores, los bienes perecederos, pues no garantizaban una seguridad inquebrantable. Los jóvenes romanos se convertían por lo general a una de estas sectas durante su aprendizaje de retórica. Los más convencidos adoptaban los usos de los filósofos: la barba descuidada y la vestimenta de filósofo; el resto se contentaba con leer las obras de los filósofos o con tener un preceptor de filosofía en casa.
Con respecto a los filósofos, se sabe que estos eran en un principio admirados y respetados. Sin embargo, ninguno de ellos tenía derecho a criticar vidas ajenas si su doctrina no era también practicada vitalmente por el mismo. Solo quienes vivían de acuerdo a su doctrina tenían derecho “objetar consciencias”. El problema es que todo convertido a una doctrina se convertía en “propagandista” de aquella, y no siempre practicaba lo predicado. Por otra parte, las filosofías antiguas jamás se propusieron imponer sus ideales en la gente, sino más bien al contrario, sabían expresamente que lo enseñado sería aceptado tan solo por unos pocos, lo que no les impedía tratar de captar adeptos; además, las distintas filosofías no se proponían ser interesantes o representar las verdades más profundas sino cambiar las existencias, hacer que los interesados las pusieran en práctica, mediante ejercicios espirituales: recapitular las verdades, repetírselas a uno mismo en silencio, escuchar y dar conferencias públicas: “revive sin cesar en tu espíritu las verdades que has escuchado en un momento dado y que tú mismo has enseñado a otros”. Mas con el tiempo la filosofía romana dejó de ser un método de vida (quizás debido a las asperezas vitales que exigían) para convertirse simplemente en curiosidad intelectual o en un recurso más de la actividad retórica; “la filosofía acabó por ser una parte de la vida cultural, de sus pompas y de sus obras, y la gente se apretaba para escuchar las elocuentísimas conferencias públicas de algunos grandes tenores del pensamiento”.

La vida social en la antigua Roma

La vida social en la antigua Roma

Pequeño banquete romanoLa Antigua Roma se regocijaba y encontraba placeres y comodidad al interior de las ciudades; el campo era despreciado; los notables conformaban una nobleza urbana, y solo vivían en el campo durante el verano. Aunque también buscaban placeres en el campo, siendo el principal de ellos la exaltación del valor durante las expediciones de caza. Pero los grandes placeres eran urbanos: los baños públicos, el teatro, el circo, el coliseo, los deportes, y por supuesto, los banquetes y grandes fiestas populares. Y se era más privilegiado cuando la ciudad estaba rodeada por una muralla, cerco que la distinguía de las demás, y que “tenía mucho que ver con la mentalidad privada”; solo se podía ser un verdadero romano en la ciudad.
Los ciudadanos romanos también eran atraídos por las construcciones, por las grandes ciudades y sus acueductos, edificios, canales, puentes y por los nuevos inventos que eran más bien escasos para la época (eran la excepción y no la regla), tal como los cuadrantes solares que pronto fueron construidos en cada ciudad. Y por supuesto se delitaban con las esculturas que eran muy abundantes, y los mosaicos que adornaban numerosas paredes.
Pero el placer más reverenciado entre los romanos era el banquete, que se solía preparar a diario entre los notables; aunque incluso los más pobres hacían su pequeña cena diaria, siempre por la noche. La comida nocturna era el premio al esfuerzo diario, el momento en que se olvidan las obligaciones y los deberes y se relajaba el romano para charlar y “sostener su personaje”. El banquete debía realizarse comiendo recostados sobre lechos, pues sentarse a la mesa era señal de extremada pobreza. Siempre se empezaba comiendo, prácticamente sin beber y sin charlar, la comida era bastante condimentada, la carne siempre hervida antes de asarla y luego endulzada; el sabor más característico de la romanidad era el agridulce. El verdadero banquete comenzaba después de la comida, durante la comissatio, en que se bebía y charlaba largo tiempo, bebiendo, ricos o pobres, vino diluído. Así mismo, durante el banquete se juntaban personas de todas las clases sociales, todas ordenadas y distribuidas mediante un orden jerárquico. Los festines entre los notables se caracterizaban por romanos que llevaban arreglos florales o coronas sobre la cabeza, y por estar todos perfumados y untados en aceites olorosos (se desconocía el alcohol). En los banquetes cotidianos generalmente se invitaba al filósofo doméstico (frecuentemente un griego, un grammatici) para que disertara a los integrantes de la familia.


La cotidianeidad feliz de los romanos se encontraba en la convivencia con amigos mucho más que en la familia. Por eso el pueblo compartía los atardeceres en numerosas cofradías (collegia) o en tabernas, donde encontraba a sus amigos y colegas de oficio. En las cofradías y en las tabernas se bebía y se charlaba, en Pompeya las tabernas ofrecían también su horno pues muchos pobres no poseían uno para calentar su comida. El poder imperial luchó durante cuatro siglos para que las tabernas no ofrecieran comida y no funcionasen también como restaurantes (thermopolium). También las cofradías molestaban al imperio, pues consideraban peligrosos esos numerosos pequeños centros de poder, donde los propósitos de tales agrupaciones no estaban claramente definidos.
En un principio los collegia fueron establecidos como agrupaciones de gentes practicando el mismo oficio o que le rendían culto a la misma divinidad, se agrupaban hombres libres e incluso esclavos en torno a un mismo tema afín. Cada ciudad tenía una o más cofradías, donde se reunían exclusivamente hombres, y se imitaba la organización política de las ciudades, nombrando secretarios, magistrados,... En las cofradías también se celebraban los banquetes, de hecho eran un pretexto para comer, aunque también pertenecer a una de ellas aseguraba un funeral digno y un banquete tras el funeral (mecenazgo funerario). Para ingresar a una cofradía frecuentemente había que pagar un derecho de entrada, con lo que se aseguraban parte de los gastos de los banquetes. Así mismo, alguno de los integrantes podía pagar por anticipado los gastos de su funeral, de manera a tener una celebración que destaque de las demás. “La multiplicación de los colegios hizo de ellos el marco principal de la vida privada plebeya”, aunque las tabernas fueron siempre más abundantes. En todo caso, las cofradías no tardaron mucho en ser el lugar preferido para el proselitismo de los pretendientes a gobernantes, ni tampoco tardaron en fraguar protestas populares, puesto que por natural inercia, pronto se empezaron a proferir durante las reuniones las quejas contra los gobiernos de turno.
El triunfo de BacoLa pasión romana por la sociabilidad está notablemente representada, sino sostenida, por un Dios muy conocido y popular: Baco. Ninguno de los dioses romanos logró ser más representado, en jarrones, vasijas, platos, pinturas, murales, sarcófagos, que Baco, ni Venus si quiera. No se le hacían sacrificios ni invocaban su nombre cuando se presentaban los problemas pero se lo honraba frecuentemente en los banquetes, pues era el Dios de los placeres y de la sociabilidad; se lo asociaba con las virtudes civilizadoras pues sabe domar la fiereza de los tigres que mansamente se dejan acoplar a su carruaje, es el suavizador de las pasiones humanas. Siempre seguido por un cortejo de “familiares ebrios y acompañantes en éxtasis”, traía la paz al mundo y el goce sensual de los cuerpos. También lo acompañaban mujeres semidesnudas, la más bella de las cuales, Ariana, era su amante. Existían cofradías en su honor, y aunque no era muy reverenciado, existía toda una gama de misterios e iniciaciones para ingresar en ellas, lo que asienta un precedente importante en el nacimiento de las sectas religiosas, donde el fervor religioso peleaba palmo a palmo por la búsqueda de adeptos con el placer social de los banquetes. Las sectas también suelen ser mencionadas como origen de la revolución espiritual que opacaría el antiguo imperio romano.
Los banquetes estaban fuertemente relacionados con la religión; se ofrecían sacrificios a los Dioses, pero hay que entender que sacrificio (philothytes) significaba para los romanos festín. Se inmolaba un animal, en el altar (particular o público), y todos comían y bebían. Cuando el festejo se realizaba en un templo público, los sacerdotes y sus cocineros eran pagados con las carnes de los animales, que luego revendían a los carniceros de cada ciudad. Así mismo, cada ciudad tenía sus propios días de festejo, días en que nadie trabajaba; la semana judeocristiana no se conoció hasta finales del imperio, por lo que el año tenía días de descanso establecidos pero no necesariamente periódicos; y por lo mismo, se hacían muchas fiestas. El inicio de cada año y de cada mes era siempre celebrado con un banquete, lo mismo que el aniversario de nacimiento de cada padre de familia, en que se sacrificaban animales en honor de los genios protectores (Lares, Penates, genius). Todos esos banquetes eran también esperados (se fomentaba la espera del placer) por los numerosos mendigos (bomolochoi) que albergaban las ciudades romanas. Los pobres también solían efectuar sacrificios, aunque más modestos: le ofrecían un ave a Esculapio y volvían a casa a cocinarla, o más sencillamente, depositaban sobre el altar doméstico una torta de trigo (farpium). De la misma manera, los ricos también tenían maneras más sencillas de reverenciar a los dioses (invitare deos): sacaban las estatuillas de los dioses y disponían junto a ellas los manjares preparados.
Termas RomanasOtro de los grandes placeres de los romanos era el agua, los baños; en un principio modestas bañeras de madera llenas de agua fría que sin embargo fueron evolucionando hasta formar placenteros complejos con termas de agua caliente con espacios para pasear y hacer deporte. Lo genuinamente curioso es que todo el mundo tenía acceso a los baños (llamados gimnasios entre los griegos), esclavos incluidos, por una módica suma. Los grandes baños eran el tributo de los gobernantes y de los hombres ricos al pueblo. También los extranjeros tenían acceso a los baños, que juntamente con los gladiadores del coliseo eran la primera atracción de la romanidad.
Los baños no eran una práctica de higiene ni tampoco un lugar sagrado, sino un placer parecido a la “vida de playa” de los modernos, un lugar donde se hace deporte, donde uno se divierte en el agua y también un lugar de encuentro de amistades. Cristianos y filósofos consideraban a los baños y a la limpieza en general como un signo de molicie, siendo la barba sucia de los segundos parte de su orgullo y señal de austeridad. La apertura de los baños públicos era anunciada con el gong (discus), todos los días del año. Toda mansión tenía su propio baño, que frecuentemente ocupaba el mismo espacio que varias habitaciones. Los sexos se hallaban separados en los baños públicos. A partir del año cien a.C. los baños públicos incluyeron en sus servicios el de ofrecer lugares temperados artificialmente para apagar los rigores del frío.
Anfiteatro en AmanFinalmente, no podemos olvidar los famosos espectáculos romanos. “En Roma y en cada ciudad, los espectáculos constituyen la cuestión capital; en el ámbito griego, la cuestión capital eran los concursos atléticos, los grandes (isolympicoi, periodicoi), los medianos (stephanitai), a los que acude todo el mundo helénico y que dan lugar también a las ferias, y los pequeños (themides). Sin olvidar los combates de gladiadores, que los griegos se habían apresurado a copiar de los romanos. Atletas, actores, cocheros y gladiadores eran auténticas vedettes; era el teatro quien lanzaba las modas; y el pueblo cantaba las canciones de éxito que había escuchado sobre el escenario”. Tal era la pasión que provocaban las carreras del Circo y los combates en la arena que frecuentemente habían disputas callejeras puesto que se formaban bandos en apoyo de tal o cual equipo de corredores o categoría de gladiadores. Por lo mismo, también eran frecuentes las censuras y los destierros. Todo el mundo asistía a los espectáculos, desde los esclavos hasta los emperadores, aunque a Marco Aurelio le pareciera que eran siempre lo mismo.
Sin embargo, al final de la antigüedad romana, los espectáculos comenzaron a ponerse en cuestión: según los cristianos de la época “el teatro es lascivia, el Circo ansiedad y la arena crueldad”. Se puede pensar con mucha razón que la romanidad era un tanto sádica, aunque se sabe que la mayoría de los gladiadores eran voluntarios y bien pagados; el máximo interés de la gente se centraba en el momento crucial donde se decidía por la vida de los gladiadores, cuando el mecenas que pagaba la fiesta decidía por la vida o la muerte del luchador (tales escenas son muy frecuentes entre los sepulcros y las paredes de las mansiones). Pero lo cierto es que los romanos eran tan sádicos como los hombres del medioevo, que acudían masivamente a ver como morían los condenados a muerte, cristianos mirando una mujer quemándose. Además, quizás los romanos tengan una pequeña excusa; en toda tierra conquistada por ellos se prohibían los sacrificios humanos.
En cuanto a los placeres privados y la sexualidad, Veyne quiere desmitificar el letrero lascivo e impúdico que le han colocado al imperio romano; en la Roma del Imperio estaba prohibido hacerle el amor a la mujer durante el día (excepto al día siguiente de la boda), hacerle el amor con la luz encendida ni tocar o ver los senos desnudos de la mujer. Toda mujer, incluso las prostitutas debían y conservaban su sostén durante el acto amoroso. En suma, el cuerpo desnudo de la mujer estaba velado para ellos, velado por la leyes morales romanas. Pero la romanidad era también una sociedad machista donde “o se sablea o lo sablean a uno”; los muchachos se desafiaban de palabra en términos fálicos. Cualquier romano enamorado de una mujer era considerado un demente o un esclavo moral; “ser activo, eso quería decir ser un macho, cualquiera que fuese el sexo de la pareja pasiva”. La pasividad (impudicitia) era considerada un signo de afeminamiento. Por otra parte, la pederastia era tolerada, quizás por la simple existencia de la esclavitud; por tal tolerancia la pederastia estuvo muy difundida por todo el imperio.
Leamos con agrado el juicio moral que hace Veyne, un verdadero Asterix, de los romanos: “Los romanos no conocían más que una variedad de individualismo, que confirmaba la regla al tiempo que parecía negarla: era la paradoja del débil enérgico; citaban con secreta delectación el caso de senadores cuya vida privada era de una debilidad detestable, sin que dejasen por ello de dar las más inequívocas muestras de energía en su actividad pública”, como que las romanas mandaban en casa. “Henos aquí ante los romanos tranquilizados; de hecho, su individualismo peculiar no se llamaba experiencia vivida, complacencia en sí mismos o devoción privada, sino tranquilización”.
Existe una clara diferencia de comportamientos entre la romanidad antigua y la que anticipa su decadencia y la entrada al medioevo. La romanidad antigua se caracteriza por rasgos de cortesía y altivez entre todos los hombres libres, incluido el emperador, considerado como un ciudadano más. Por más que un hombre libre ocupase un rango jerárquico bajo, debía comportarse con respeto pero sin rasgos de servilismo. Se ha dicho que uno de las causas de la decadencia romana es la degeneración en las costumbres, el despotismo y los aires megalómanos de los últimos emperadores. Tal diferencia se muestra claramente en las artes; las esculturas de los emperadores antiguos representaban fielmente la realidad (al igual que las pinturas de las batallas o de la vida cotidiana), generalmente un joven de buen talante, intelectual y de “rasgos individualizados”, mientras que los de finales del imperio representan a un inspirado de ojos asimétricos o a un “jerarca musoliniano”. A finales de la romanidad todo cambia, la elocuencia se transforma en “una negra retórica expresionista” y la política en una actividad despótica y “sublime”. La desmesura es característica del comienzo de la decadencia romana.
Así mismo, en las relaciones sociales el amor no era exaltado como lo más importante sino la amistad (confundida con el clientelismo); el amor para los romanos era asociado con el servilismo, lo mismo que el afecto para con el padre, considerado como un comportamiento plebeyo.

Moral y Costumbres en la Antigua Roma

Moral y Costumbres en la Antigua Roma

Epitafio RomanoEl arte funerario de los romanos hablaba mucho menos del más allá que de la vida del difunto, de los cargos o distinciones que conquistó, o de lo que aconsejaba a los paseantes que leían su epitafio.
La escritura sobre los epitafios era accesible al común de la gente pues frecuentemente eran pictóricas o escritas en un latín popular; se encontraban frecuentemente a la salida de pueblos y ciudades, a ambos costados de los caminos.
En los descubrimientos arqueológicos se ha podido descubrir una abundante cantidad de tumbas y epitafios, que frecuentemente tratan de llamar la atención del paseante. Las tumbas de los ricos eran más grandes y mejor decoradas: generalmente se representa al hombre a la izquierda de la piedra (la posición más honorable), leyendo algún rollo, u ocupándose de sus actividades diarias, mientras que la mujer es representada a la derecha, frecuentemente en actos de devoción religiosa, alzando su brazo ante alguna divinidad seguida de un cortejo de esclavos o haciendo ofrendas de incienso.
El epitafio era muy importante para los romanos, no por ser, como dijimos, una puerta de entrada al más allá, sino por expresar parte de la vida o de los sentimientos de cada cual, algo muy parecido a la función del testamento.


Al parecer los romanos padecían una tenaz obsesión por todo lo público, o en palabras más sencillas, por el qué-dirán; así, se han encontrado epitafios en los que el difunto saca a relucir los sentimientos que le aquejaban antes de morir: la traición de la amada, la deslealtad del esclavo, el deshonor de una hija indigna,...el epitafio era además una forma de quejarse. El epitafio romano representa de verdad a la muerte vulgar, como cuando el atormentado por su vida o sus pensamientos se acuesta y no hace otra cosa que quejarse. La muerte no era para los romanos una entrada, era nada más que un final, un final vulgar incluso entre los “ricos”: se recordaba la vida, o los traumas. Han encontrado incluso epitafios donde se maldecía.
Un ejemplo de epitafio romano: “he vivido mezquinamente durante toda mi existencia, por eso os aconsejo que viváis más placenteramente que yo. La vida es así: se llega hasta aquí, y  ni un paso más. Amar, beber, ir a los baños, eso es la verdadera vida: después, no hay nada más. Yo, por mi parte, no seguí nunca los consejos de ningún filósofo. No os fiéis de los médicos; ellos son los que me han matado”. Comparémosla con un epitafio espartano que comentaba un relieve funerario erótico: “Esto sí que se llama un templo, éste sí que es el lugar de tus misterios, esto es lo que ha de hacer un mortal cuando contempla dónde la vida acaba”.
Ya sea por medio de los epitafios o por medio de las sencillas palabras, en Roma se resaltaba y recordaba constantemente la diferencia entre individuos. Se consideraba de lo más digno la franqueza (parrhesia) insultante ante la gente inferior. Un “grande” siempre salía a la calle con un cortejo, para aparentar y sobretodo para estar protegido por sus esclavos; la salida se hacía siempre con la finalidad de estar incesantemente impresionando a los observadores y afirmando sin más cual es su posición social.
Representación de un divorcio romanoLas posiciones sociales eran respetadas y protegidas por las costumbres pero sobretodo por los derechos legales, por la constitución romana. En muchos sentidos se puede afirmar que el derecho romano era individualista, pues a los individuos libres no se les podía obligar a hacer cosas que no estuviesen contempladas en la legalidad, el divorcio (repudium) era un derecho de hombres y mujeres, y la propiedad podía enajenarse libremente; es decir, la romanidad ostentaba derechos civiles en teoría, porque ya hemos visto el nivel de corrupción y de desmedida ambición que reinaba en paralelo con la constitución.
Ninguna ley era lo suficientemente fuerte ante un poderoso, ante un romano con dinero e influencias. Sin embargo, también es cierto que no había imposición religiosa: cada ciudad y cada individuo era libre de rendirle homenaje a los dioses de su preferencia dejando a los mismos dioses la justicia por las injurias hechas por los hombres a los dioses no reverenciados o blasfemados. El autor manifiesta también que ni en Roma ni en Grecia se garantizó nunca el derecho de las libertades formales, sino que se dedicaron casi exclusivamente a regir las obligaciones y derechos domésticos: fidelidad, responsabilidades patrimoniales, diferencias de estatus; se garantizaban , y solo hasta cierta esfera, los derechos de los padres.
Limitados o no, tales derechos civiles no perduraron hasta el final del imperio, pues hubo emperadores que quisieron reformar las costumbres y las penas: Augusto luchó y tomó medidas contra el adulterio femenino, Domiciano obligó a los amantes a formalizar su relación y prohibió a los poetas usar términos obscenos en sus obras, los Severos penaron el adulterio (stuprum) masculino y convirtieron al aborto en un crimen contra el esposo y la patria, Constantino impuso el cristianismo como religión oficial, aboliendo la multitud de cultos paganos. En suma, los escasos derechos civiles de los romanos fueron reduciéndose con el tiempo y con la llegada de los emperadores del tipo persa, autocráticos.
Una forma más efectiva de justicia, que tomaba en sus manos el pueblo, era el pavor que tenían los romanos por no manchar su imagen. En efecto, cuando se quería presionar a un deudor para que pague era frecuente buscarlo hasta sorprenderlo fuera de casa con la finalidad de hacerle una escena (convicium): luego se lo perseguía con insultos y cánticos burlescos repetidos en estribillos. Lo único que la constitución exigía era no dejar completamente desnuda la persona del deudor y no decir palabras obscenas durante el convicium. El deudor abochornado trataba de limpiar su imagen vistiendo de luto y dejando sus cabellos sin cortar. El pueblo era juez en la Romanidad, incluso en las pequeñas aldeas existía una costumbre muy particular ante los “malhechores”, lo cercaban en grupo hasta hacer montar al acusado en una carreta, y luego simulaban un funeral con insultos y risotadas. Incluso en los funerales verdaderos ocurría lo mismo, se podía insultar al difunto si el testamento no era aprobado por la “conciencia pública”, quien no tenía vergüenza de insultar o comentar la vida de cualquier ciudadano por que era su legítimo derecho de censura (reprehensio). “La opinión de la clase dirigente se sentía con derecho a controlar la vida privada de sus miembros, en interés de todos. Si se la desafiaba, se valía de burlas para vengarse: canciones injuriosas y anónimas que se repetían de boca en boca (carmen famosum), panfletos (libelli) que circulaban a costa del desviado y lo abrumaban de insultos obscenos y de sarcasmos, a fin de demostrarle que no era precisamente él el más fuerte”.
Pero no todos los reproches, insultos, o escenas se hacían en forma grupal o en anonimato, pues existía en el Imperio el derecho de cierta clase a denunciar a los individuos sin abochornarse ni tener miedo a represalias, era el derecho de individuo público ejercido por la clase gobernante. Ya se ha discurrido sobre la distinción que hacían los romanos entre lo privado y lo público, y es precisamente ésta una de las distinciones: si un individuo de la clase gobernante denunciaba a alguien ante la cámara, utilizaba su derecho público, su derecho de persona pública, al servicio de la ciudad o del imperio, para descalificar, acusar o denunciar a cualquier ciudadano, sin ningún tipo de inhibición.
Para el historiador, en Roma nunca hubo un estado de derecho civil; el estado romano no obedecía a reglas fijas y generales, sino que las órdenes y los dictámenes eran hechos cumplir nada más que por una clase gobernante, y cuando se trataba de resolver algún litigio eran las relaciones de poder alrededor de cada caso las que resolvían los problemas; no habían reglas de juego o de combate generales sino que cada problema se resolvía según las circunstancias y las relaciones de fuerza. Ni siquiera la costumbre o las  costumbres de los mayores (mores maiorum) eran las gobernantes como se creía en apariencia, pues la “costumbre no pasaba de ser un argumento: de modo que se le hacía decir todo lo que se quería que dijese”.
Phallum romano“La vida pública obedecía a las decisiones de los miembros de la clase gobernante, y la privada, al que dirán”. Pero la gente no obedecía tan sólo a los decretos de los notables o al desvanecimiento de la imagen personal, pues es bien sabido que la romanidad era también un territorio de supersticiones. Mucha gente no daba un paso sin consultar a un astrólogo; así mismo existía mucho temor por los sueños, pues solían interpretarse tal cual, sin buscar significados más profundos; también se temía al mal de ojo, y era frecuente encontrar en las puertas de las casas romanas un phallum, un escorpión o algún perforador como símbolo protector que en caso de necesidad pincha el ojo del envidioso.
Además de las supersticiones, Roma tuvo también un sinnúmero de doctrinas orales, “códigos de buen sentido”, que denunciaban lo bueno y lo malo, y que generalmente sostenían el postulado muy difundido de que el Imperio atravesaba desde hacía mucho un largo período de decadencia. Según dichas doctrinas orales, lo malo no era la sociedad de clases sino la molicie o el exceso. “La molicie no parece ser más que todo más que una desviación entre otras, reconocible y hasta reducible a detalles poco viriles: inflexiones de voz afeminada, gestos amanerados, modo de caminar un tanto lánguido", etc,...porque ésta era la que explicaba el lujo y la lujuria, a los que se denominada con el mismo término, luxuria, y que consistían en no negarse nada y en creerse que todo estaba permitido. En aquella época, amar demasiado a las mujeres y hacer demasiadas veces el amor demostraba que uno era un afeminado. Por eso, se presenta en Roma y en el libro del historiador la paradoja de que por una parte se eleva como meta suprema la conquista de la ociosidad y por otra su condena por ser la madre de todos los vicios. Pero quizás fueron épocas distintas; en la Romanidad tardía apareció un tenaz virilismo “auténticamente clerical”, que condenaba los placeres, la danza y los excesos, movimiento aparejado con el estoicismo de fines del imperio.
En efecto, los excesos también fueron condenados por muchos filósofos, y quizás más que ninguno por Horacio, que defendía la moral de pobreza como la mejor manera de vivir. Bien entendido  que en la época pobreza significaba vivir de unas pocas rentas y tener nada más que cuatro o cinco esclavos. Pero en el fondo lo que condenaban algunos filósofos y sobretodo el pueblo era el ansia insaciable de riquezas y la avaricia de la gente que dedica su vida a amasar fortunas sin disfrutarlas nunca. En cambio, el pueblo se alegraba cuando veía a uno de los grandes gastar su fortuna en banquetes y fiestas diciendo: “mirad, he allí uno que es como nosotros”.
Por otra parte, varios filósofos griegos enseñaban “que el verdadero fin de la producción debía ser la autarquía, que consistía en reducir las necesidades para no seguir dependiendo de la economía”; algo que a mi parecer es típicamente griego. Lo importante es que ante la molicie y los excesos de algunas gentes, comprendidos varios emperadores, aparecieron doctrinas contrarias cuya meta era frenar la tendencia hacia la degeneración, tranquilizar a la gente de la escalada de vicios a la que se hallaba Roma sometida.

Dinero y patrimonio en la antigua Roma

Dinero y patrimonio en la antigua Roma

Monedas RomanasLa romanidad le dio siempre muchísima importancia a la descendencia (las familias romanas no solían tener más de tres hijos) y a la herencia, a la continuidad de la casta familiar. El patrimonio logrado por el padre de familia, tierras, negocios, esclavos, debía siempre pasar a ser manejado, tras su muerte, por los hijos o los herederos; era un deshonor para una familia que el patrimonio se viese dilapidado, vendido o consumido.
No acostumbraban a vender los bienes inmuebles o los negocios; no les interesaba cambiar de actividades sino siempre acrecentar el patrimonio. La meta económica y vital de los notables y ricachones romanos fue siempre el aumentar el patrimonio heredado, Séneca lo confirma en sus escritos: “Obremos como un padre de familia excelente, acrecentemos lo que hemos recibido en herencia; que la sucesión se traspase aumentada de mí a mis herederos”.  Habían cazadores de herencia, los ya mencionados clientes lamebotas y el más efectivo de todos los cazadores: el fisco, que por medio de calumniosas delaciones, usurpaban de la manera más tajante las herencias de algunos desgraciados.


El patrimonio típico de un notable romano estaba constituido por las más variadas y dispares posesiones: no se trataba solamente de la tierra y de sus frutos como en la época feudal sino que comprendía también los más diversos tipos de empresas productivas y comerciales; “posesión del suelo, empresas familiares, inversiones individuales”; los notables romanos no estaban especializados por áreas; como su meta era siempre acrecentar su patrimonio, cualquier negocio era bienvenido: agricultura, usura, textiles, importación-exportación, artesanía; era frecuente, todos los notables manejaban varias empresas.
Pero, ¿no que los romanos amaban tanto el ocio y despreciaban el tener que trabajar?, porque tantas empresas no dejaban mucho tiempo para el ocio si se quería que marcharan exitosamente. La solución era simple, los notables romanos se dedicaban a “gobernar” sus empresas, al igual que a su familia y a sus empleados. El notable dejaba encargadas las labores financieras frecuentemente a unos de sus libertos, o incluso a alguno de sus esclavos más fieles, pidiéndole cuentas muy rara vez; el notable tenía administradores que se encargaban de todos los detalles, tomando él las decisiones más importantes. La “gobernación”, algo así como los directorios de hoy en día, era la única actividad considerada digna de un hombre libre, “porque era el ejercicio de una autoridad”. El clientelismo y la escasa fluidez de la información facilitaba el enriquecimiento rápido de quien tuviese jugosos datos: las informaciones confidenciales eran transmitidas como favores o incluso vendidas por agentes especializados.
La usura era otro medio de fácil enriquecimiento, si se tenía capital monetario. Los notables guardaban parte de su patrimonio en arcas denominadas como kalendarium, al interior de sus hogares, aunque siempre trataban de evitar que el dinero estuviese inmóvil. Es como si hubiese existido la costumbre entre los empresarios de no tener nunca muchas monedas reunidas sino de estar siempre iniciando nuevos negocios o comprando tierras, a pesar de que aquellas no se vendieran sino que se acumularan. La usura como negocio era una actividad casi exclusiva de los notables, aunque se sabe también que entre la plebe circulaba también dinero de usura. Muy frecuentemente se cobraba interés, aunque el deudor fuese un amigo. Incluso las dotes atrasadas eran gravadas con interés. La pequeña usura formaba parte del mundo cotidiano.
Las maneras de enriquecerse eran variadas: por medios productivos y comerciales o por medios extraeconómicos como la herencia, las mordidas (coimas), las dotes, la violencia o los pleitos. La usura se consideraba como un medio noble de enriquecerse, con el mismo miramiento que para con la agricultura o las dotes. Los viejos opulentos que habían visto morir a sus hijos o que nunca tuvieron descendencia, ostentaban las cortes más largas por las mañanas, era gente que trataba de obtener parte de su herencia.
Una costumbre curiosa que vale la pena destacar es la relación hombre mujer en cuanto que era tradición que el hombre pagara siempre todos los gastos del consumo de la pareja. Incluso la amante que engañaba a su marido tenía un salario mensual por parte del amante, o también podía llegar a pagarle una renta anual, “de modo que las mujeres corrían tras el asalariado del adulterio, mientras que los hombres corrían tras las dotes”. Todo se compraba en Roma.
La violencia también era un medio utilizado para enriquecerse; en Roma no existía lo que hoy en día llamamos policía; existían los soldados del emperador que se encargaban de reprimir revueltas y reprimir a los bandidos, sin asegurar por lo demás, la seguridad cotidiana de las calles. La manera más eficaz de protegerse de la violencia o el bandidaje era ponerse a la sombra de algún poderoso, con milicia propia o con las suficientes influencias como para hacer que el gobernador ordenase la persecución de los malhechores. Pero por lo mismo, los notables poderosos tenían los caminos abiertos para usurpar tierras o pequeños negocios a la fuerza, aduciendo ante la legalidad alguna calumnia o delación; no vacilaban en apoderarse de los bienes de los pobres libres, o incluso de algún otro potentado. La justicia dependía de la buena voluntad del gobernador de provincia, y más que de su voluntad, de su relación con el acusado o el acusador, o de la influencia que el usurpador podía tener con mandos más altos en Roma.
La posesión de tierra era el ingreso a la nobleza; un comerciante sin tierra, por más rico que fuese, no era considerado noble. Pero no solamente la tierra era señal de nobleza sino también los bienes inmuebles, los edificios, las casas, que los notables arrendaban a otros. Con respecto a la tierra y la agricultura, la última no alcanzaba como para haber mantenido a una clase obrera. El trabajo de la tierra de un individuo alcanzaba para alimentar a su familia y al notable, a nadie más, pero el trabajo de varios individuos alcanzaba para generar los excedentes que el dueño necesitaba para sus lujos o sus inversiones. En la antigüedad la agricultura jamás alcanzó para sostener una industria poderosa, la gran mayoría de la población tenía que trabajar la tierra para poder alimentarse.
Existían tutores para administrar las herencias de herederos incapaces de tales labores, como los niños súbitamente huérfanos o algunas viudas; el tutor no debía ocuparse de invertir por medio de la herencia de su pupilo, sino que su única misión era mantener libre de riesgos el patrimonio heredado, por lo que la decisión más frecuente era vender los bienes de riesgo (casas que pueden arder o esclavos que pueden morir) a fin de convertirlos en bienes seguros: bienes raíces o usura: prestar el oro obtenido a interés, jamás guardar el oro inmóvil, acto que los romanos consideraban peligroso o despreciable. Sí podían invertir los encargados de los patrimonios de las viudas, a condición de que aquel aumentara.
El hecho que los romanos estuviesen siempre moviendo o incrementado su capital les ha hecho acreedores del estereotipo de que su raza es “económicamente muy dinámica”; pero no es su único rasgo característico pues comparten con judíos, griegos y chinos una especie de pasión por la emigración, son un pueblo de diáspora; y claro, con las ventajas que ofrecía el imperio, hubo siempre cantidad de voluntarios para ir a ocupar las zonas conquistadas.

El trabajo en la Antigua Roma


El trabajo en la Antigua Roma

Si se trabajaba, la meta era siempre reunir un patrimonio para conquistar el ocio, y en ello se asemejaban a los griegos. Muchos filósofos de la época, entre ellos Aristóteles, consideraban que el trabajo asalariado impedía al hombre conquistar la virtud, y por lo tanto tal hombre debía someterse al gobierno de los notables, todos virtuosos y únicos con la capacidad y el derecho a gobernar. Tanto en Roma como en Grecia, el trabajo fue desde siempre considerado por parte de las altas esferas como indigno de los hombres libres. El comercio también era despreciado, salvo por Platón que veía en él una necesidad, pero a parte de él, la mayoría consideraba que el comercio debía ser nada más que un medio para ser dueño de las tierras; un comerciante, por más rico que fuese, no era nunca respetado debidamente si no era poseedor de tierras.
Platón mismo señalaba que una ciudad bien gobernada debía mantenerse por el trabajo rural de los esclavos y por el trabajo artesanal de los hombres de poca monta, para sostener a las vidas virtuosas, cuya característica fundamental era el ocio. Quizás lo más equívoco de las tradiciones griega y romana en cuanto a la exaltación de los tipos sociales, es que no se admirase el progreso social del individuo en una vida, como en el caso de los libertos o de los hombres libres pobres que tras años de lucha lograron reunir un patrimonio importante. Es una diferencia de relevancia entre las tradiciones greco-romanas y las tradiciones occidentales modernas, sobretodo con la norteamericana, donde se enfatiza y propaga el ideal del “sueño americano”: el clásico ejemplo de un vendedor de diarios que alcanza fortunas envidiables. Sobre todo si consideramos que no son pocos los casos en la Romanidad en que un nacido esclavo logra liberarse y ser posteriormente filósofo.


Se despreciaba el comercio “atribuyéndole al comerciante todos los vicios imaginables: es un desarraigado, solo actúa por avaricia, lleva dentro el germen de todos los males, engendra el lujo, la molicie, y falsea la naturaleza, porque se dirige hacia mundos lejanos de los que nos separa la barrera natural de los mares y trae de allí productos que la naturaleza no quiso hacer crecer entre nosotros”.
Se afirma que esta idea asociada al desprecio del comercio la podemos encontrar en varias culturas distintas. Por eso, ser rico significaba no tanto tener dinero como ser dueño de tierra, como una forma de rechazar al advenedizo e impulsarlo hacia el agro. Por eso también, un heredero, un individuo rico y terrateniente, no era considerado comerciante por más que se dedicase al comercio, lo importante era no haber comenzado por tal actividad. De la misma manera, eran considerados pobres todos aquellos que no poseían una fortuna personal, un patrimonio, por más que  fuesen clientes o músicos o gramáticos. El hombre libre era aquel hombre que poseía el patrimonio suficiente como para no trabajar, es decir, para dedicarse al ocio.
Los cargos públicos eran bien o mal considerados según los cargos y los lugares, sin existir una lógica aparente para su calificación como dignidad o trabajo. Por ejemplo, un gobernador de África con un salario fastuoso, era considerado una dignidad, una función pública, mientras que un gobernador de Egipto, con el mismo salario, según el decir de la gente, no cumplía una función pública. Quizás porque los gobernadores de África eran designados por el antiguo senado mientras que los de Egipto eran reclutados de un cuerpo de funcionarios imperiales.
También existían algunas paradojas en cuanto a la admiración o desprecio de una misma actividad llevada a cabo por personas distintas. Un noble que además era negociante era muy admirado, mientras que un simple hombre libre y comerciante era por lo general, despreciado. Lo mismo ocurría con los oficios, nadie admiraba a un empresario agrícola, pero si el que se dedicaba a tal actividad era un notable, lo elogiaban constantemente. “Haga lo que haga, un notable o un noble no se verá nunca definido por ello; en cambio un pobre es zapatero o jornalero”. Quizás el ejemplo más conocido es el de Marco Aurelio, emperador y filósofo, en cuyo caso su ocupación filosófica era considerada aún con más mérito, porque no tenía la necesidad de ser filósofo.
Por más que se despreciase el trabajo (en las altas esferas), los dignatarios políticos debían ensalzarlo, porque después de todo era el trabajo de la mayoría el que sostenía los placeres de una minoría. La ciudad “era una institución que se superponía a la sociedad natural humana, a fin de que sus miembros llevasen una existencia más elevada”. Los pobres no debían trabajar para colaborar con la ciudad sino para impedir que la miseria los incite al crimen. Según Isócrates, “se orientaba a las gentes modestas al cultivo de la tierra y al comercio, porque se sabía muy bien que la indigencia nace de la pereza, y el crimen, de la indigencia”. Pero se despreciaba el campo, más que el campo, las labores campesinas; los notables vivían en las ciudades, no en el campo; desde las ciudades atendían los quehaceres financieros del campo, que como dijimos, era señal de admiración; siendo sin embargo admirada nada más que su posesión.       
En cuanto a la admiración o desprecio que se tenían por las profesiones liberales, nada está muy claro; en cierto sentido los notables y filósofos despreciaban a los asalariados, y muchos profesionales eran asalariados; lo que atenuaba un tanto su posición era ser cliente de algún notable, con lo cual, teóricamente, dejaba de ser asalariado. Sin embargo, muchos emperadores, cuya ocupación era ser el curador, o tutor de la totalidad del pueblo romano, protegían efectivamente el trabajo del pueblo, ya sea proveyéndolos de recursos, o cuidando sus intereses (como Augusto), o rechazando el empleo de máquinas para las construcciones (como Vespasiano con el Coliseo). Además el desprecio del trabajo no era característica de todo el Imperio, en otros lugares era admirado, como en Pompeya o en África, donde ricos comerciantes pregonaban a viva voz su oficio, o mejor aún, lo inscribían en su epitafio (señal de riqueza siempre bastante cara).
El enaltecimiento del trabajo era el orgullo de la clase media, que de ninguna manera era mayoría pero sí mucho más rica que la plebe y a veces tan rica como los notables; la clase media estaba conformada mayoritariamente por libertos que habían encontrado en la producción y el comercio una manera de empezar una dinastía familiar (los hijos de aquellos nacen libres): panaderos, carniceros, vendedores de vino o de ropa, a veces ricos pero sin poseer nobleza urbana. Los libertos adinerados sabían leer y escribir, fueron a la escuela hasta los doce años. San Pablo fue un representante de dicha clase media, hijo de un fabricante de tiendas de campaña, dedicó su obra a discípulos corintios de su misma clase.
En la antigüedad, un panadero, un carnicero o un comerciante de calzado no eran simples tenderos sino plebeyos ricos, con capital acumulado y esclavos que trabajaban para él. La plebe romana estaba compuesta por tres clases económicas: la que vive el día a día y debe contentarse con un mínimo alimentario; los tenderos y comerciantes pobres y sin capital que compran hoy para vender mañana; y finalmente los ricos comerciantes con un capital ahorrado suficiente como para comprar al por mayor o con capacidad de almacenar sus productos, sin ser un gran mayorista. En Pompeya aún se advierten las diferencias entre los tenderos ricos y pobres; los últimos viven en el desván del negocio, subiendo una escalerilla, mientras que los primeros poseen casas grandes y fastuosas, una domus con patio de quinientos metros cuadrados de superficie.               
El historiador afirma como conclusión que los romanos no despreciaban al trabajo sino a los que se veían obligados a trabajar para sobrevivir, y que por lo tanto es un error decir que los antiguos sabios despreciaban la utilidad o las aplicaciones prácticas de las construcciones fruto del trabajo.

Política y corrupción en la antigua Roma

Política y corrupción en la antigua Roma

Orador romanoEl trabajo de los más servía para enriquecer a los menos, como en toda civilización. Veyne describe la cruda realidad de la corrupción en la Roma Imperial, algo que no es mencionado en la mayoría de los libros de historia, que por lo general enaltecen tal período histórico. Además del clientelismo y del favoritismo, o lo que es lo mismo, del tráfico de influencias y de favores, en Roma reinaba la extorsión y la mordida (coima) desde los más simples funcionarios hasta el emperador. Por eso era tan rentable estudiar retórica, porque era un requisito indispensable para postular a ser un “servidor” público; el dinero no bastaba, pues la élite se caracterizaba por tener educación (pepaideumenos), autoridad natural y buen hablar.
Se consideraba culto a quien tenía cierta cultura literaria y conocía la mitología. Pero la educación era tan solo un requisito, y más que todo era necesaria para redactar pulidos informes y cartas a los superiores, pues más importante aún era estar apoyado por un patrono poderoso o algún notable, ser cliente de una persona influyente que pudiese recomendarlo (suffragia) para tal o cual cargo, o para determinada función pública (militia). Tales favores del patrono se pagan ya sea con otros favores o mediante propinas (sportula); en el caso de los dignatarios principales designados por el emperador, las propinas se pagaban al tesorero imperial. El “servicio” público era entonces un medio efectivo para enriquecerse rápidamente. Habían incluso personas (proxenetae) especializadas en realizar dicho comercio de recomendaciones. Todo trámite se realizaba mediante el soborno, por pequeño que fuese; por eso cuando un funcionario de menor categoría se presentaba ante uno de rango mayor, debía hacerlo con un regalo en una de sus manos.


El ejército tampoco escapaba al régimen de “mordidas” pues los soldados se libraban de sus deberes de servicio pagando a los oficiales con parte de su renta; de aquel modo los soldados perdían de la manera más natural su tiempo en los regimientos, dedicándose a los placeres que encontraban en el acuartelamiento, favorecidos por los oficiales sobornados. Además de la renta de cada cual pagada mediante las arcas del estado, los soldados obtenían dinero del pillaje ocurrido durante las conquistas, o del robo, o sometiéndose como esclavos. Por eso también era frecuente que los oficiales maltrataran o cargaran de trabajos a cualquier soldado que comensase a enriquecerse.
El soborno, el tráfico de influencias y la extorsión reinaban en todo el imperio, ni Roma ni ninguna de las provincias fue nunca excepción, y esto era parte de su sistema. De hecho, el gobierno de las provincias era considerado como una “empresa económica privada”, y el gobierno central dejaba hacer, con tal que pagaran periódicamente ciertas sumas de dinero o de bienes. El propio Cicerón no escapó a ello cuando fue funcionario público e incluso afirmó que el pillaje de las provincias era el “procedimiento senatorial para enriquecerse”. Mas el enriquecimiento de los funcionarios no solo lo realizaban mediante sobornos y propinas sino que también directamente de las arcas del estado, por medio de las dietas que absorbían la mayor parte de los fondos imperiales.
Cicerón ante el senado, defendiéndoseCuando el pueblo era oprimido en demasía y reclamaba, se destituían muy poco frecuentemente a los funcionarios pero para calmar los ánimos del pueblo, el gobernador o el mismo emperador redactaba alguna carta pública pidiendo más mesura en los cobros, pero sin ninguna sanción. Cuando la corrupción era demasiado explícita el funcionario podía ser exiliado, lo que en Roma significaba que el inculpado perdía tanto su patrimonio como sus derechos y su ciudadanía, perdían lo que ellos mismos denominaban como “dignidad”, lo más deshonroso que podía ocurrirle a un romano, prefiriendo muchos de ellos perder su vida a perder su “dignidad”. Tal fue el caso de Cicerón, que sin embargo fue posteriormente reintegrado entre los romanos. Acceder a la función pública era algo muy parecido a adquirir un título nobiliario, constituía parte importante del honor de los romanos, era una adquisición de por vida.
Cada uno de los notables tenía una tropa de protegidos, de clientes, a quienes disponían en funciones importantes por medio del intercambio de favores. Pero eran dos las grandes clases de clientes, unos sometidos al patrono, que buscan sus favores o su protección, y otros que eran buscados por los propios patronos, quienes buscaban influencias por medio de ellos. La clientela y el patronazgo no solo se aplicaba a los individuos sino también a las ciudades e incluso a las provincias, diciendo que tal o cual ciudad, tal o cual provincia era cliente o patrona de tal otra.
El patronazgo también se aplicaba cuando había que defender a algún cliente ante los tribunales de justicia. Al parecer, un cliente no podía tener más que un solo patrono, pues debía obligatoriamente haber fidelidad entre el padrino y su protegido. Roma era en realidad una gran mafia, y cada patrono no quería tener menos clientes que cualquiera de sus pares;  por medio de las influencias o de los cargos de sus clientes, requería tener un gran número de puestos que distribuir; así se aseguraba la fila de lamebotas que llegaban todas las mañanas a rendirle homenaje. No solo Roma era corrupta, toda la antigüedad está plagada de corrupción y de desmedidas ambiciones materiales, aunque hay que recalcar que el soborno, los favores, los recortes, eran considerados por todo el mundo como algo necesario.
Sólo las familias ricas podían acceder a cargos municipales o senatoriales, porque dichos cargos eran muy costosos. Pero pagaban con gusto, porque consideraban que un hombre que no hubiese participado en el gobierno público, por más rico que fuese, eran un don nadie. La función pública, que siempre duraba un año y otorgaba un título de por vida, era considerada como la consagración de un hombre libre, como “la realización de un hombre digno de tal nombre”. ¿Qué y a quién pagaban por el cargo? No era tanto el acceder a unos de estos cargos municipales sino las ofrendas que debían hacérsele al pueblo que votaba, sediento de diversiones y de lujo. Para acceder a los cargos públicos las familias ricas mandaban a construir edificios públicos, o hacían grandes fiestas populares, costeados de su propio bolsillo.
Es en la "institución" llamada euergetismo donde más se confunden vida privada y vida pública, ya que los dignatarios (patrobouloi) locales se veían obligados a gastar de su propio bolsillo dinero para la construcción de algún edificio, o para realizar banquetes, o para financiar espectáculos: teatros, carreras, luchas, o incluso para financiar los gastos de la ciudad, baños públicos, reparaciones de acueductos, etc. Un hombre rico, un mecenas, por el simple hecho de donar parte de su riqueza al tesoro de la ciudad o por financiar la construcción de un anfiteatro, era considerado y designado patrono de la ciudad, o padre, o “bienhechor magnífico y espontáneo”. Los gastos en cuestión, en el caso de las designaciones municipales no eran retribuidos; pasaban a ser simplemente parte de la dignidad de tal o cual notable, que sin embargo influía en su hoja de vida para futuros cargos de mayor rango.
Por eso, en la función pública menor, más que gobernar, se gastaba, y pronto las postulaciones empezaron a faltar. La presión recayó entonces sobre los hijos o nietos de anteriores bienhechores, esperando de ellos que imitaran la generosidad de sus padres o abuelos. La presión sobre los dignatarios anuales también provenía del poder central, que obligaba a gastar a los cogobernantes con el fin de ganar popularidad, o, según el ambiente, limitaban los ánimos del pueblo favoreciendo a los notables. El euergetismo se resume en dos conceptos: abnegación patriótica para obtener la gloria personal (ambitus) y la gloria personal para hacer perdurar la casta, el nombre de familia, el recuerdo.
Pero la diferencia entre la vida privada y la vida pública también se presentaba en la vida cotidiana intrafamiliar; para los romanos había un tiempo para mostrarse grave y otro para desinhibirse (non intempestive lascivire), saber ser simple al interior del hogar era otro de los méritos de cualquier senador; Lucilio y Escipión dan muestras de gracia y sencillez al jugar un juego infantil de su época en una de sus casas de campo (villae), persiguiéndose por entre los muebles de la casa. Era frecuente en algunos nobles esta vuelta a la infantilidad (repuerascere), pero siempre dentro del ámbito de lo privado, si se hacía en público lo habrían tildado de bufón.

La vida cotidiana de los esclavos

La vida cotidiana de los esclavos

Banquete romano y esclavosEn la antigua Roma, la esclavitud era considerada como algo perfectamente normal, al esclavo se le consideraba un inferior pero se respetaba su “humanidad”, era un integrante más de la familia donde cada uno tenía un rol pre- establecido, por eso se le quería o castigaba paternalmente, o se le mandaba y favorecía. Los esclavos eran considerados como niños, sin mucho uso de razón, y a quienes debía hacérsele obedecer los mandatos. Sin embargo los romanos siempre padecieron un controlado temor de insurrección por parte de los esclavos, y son frecuentes los relatos en que se describen tales insurrecciones donde incluso el amo llegaba a ser asesinado. El romano consideraba que nacer esclavo era una cuestión de destino más que cualquier otra cosa, no se discutía si era una costumbre o una ética de un pueblo determinado, la esclavitud "siempre" había existido y no se discutía si aquello se podía o no cambiar.
Eran considerados como hombres y no como cosas o animales porque se les inculcaban deberes morales: “servir con entrega y fidelidad”. Aunque por otra parte los esclavos eran considerados como parte del patrimonio de cualquier ciudadano romano (si es que tenía el dinero suficiente para mantener esclavos), eran heredables al igual que los animales, las tierras y las construcciones, formando parte del inventario patrimonial; en ello radicaba su inferioridad, en ser la posesión de un amo, y como tal, su poder sobre él no obedece a ningún reglamento que no sea su propia voluntad. También la esclavitud, como dijimos, daba lugar a sentimientos afectivos, y la posición general con respecto a ella estaba fundamentada en la muy arraigada creencia en el destino: a aquel le tocó ser amo, a tal otro, ser esclavo.
El origen de la masa esclava provenía mínimamente de las guerras o de su trata en las fronteras, se incrementaba más bien por la reproducción entre ellos mismos: todo hijo de esclava, sea quien fuere el padre, es propiedad del amo; también eran esclavizados los niños abandonados y la venta de hombres que no podían demostrar su condición de libertad. Así mismo, debido a la pobreza, los propios esclavos vendían sus hijos a los tratantes (quienes los compraban recién nacidos, sanguinolentos), o algunos pobres libres se vendían incluso a sí mismos para asegurarse el pan y el abrigo a la sombra de algún amo; otros inclusive, más ambiciosos, se vendían como esclavos para asegurarse alguna buena posición de administrador de algún noble, o como tesoreros imperiales; se dice que tal fue el caso de Pallas, descendiente de una noble familia de Arcadia, que se vendió como esclavo a una dama de la familia imperial, llegando posteriormente a ser ministro de finanzas muy cercano al emperador Claudio.


Dentro de la clase esclava existían subclases; así, prácticamente todos los funcionarios del imperio eran esclavos del emperador, algunos de ellos bastante exitosos. En contraste, en lo más bajo de la escala se encontraban los esclavos rurales, siendo sin embargo característicos no de todo el imperio sino más bien de ciertas regiones como Sicilia y el sur de Italia; fuera de aquellas regiones la esclavitud es parte del conjunto de relaciones de producción, junto al asalariado rural y a la aparcería, e incluso en algunas regiones del Imperio, como el Egipto, la esclavitud rural no existió; hay casos, entre los pequeños terratenientes, en que se negaban a tener esclavos y se decidían a cultivar la tierra por su cuenta porque la mantención de sus esclavos le resultaba muy costosa. Pero la jerarquía de la clase esclava no termina allí, también los administradores solían ser esclavos del amo, y era su mujer quien cocinaba para todos; se dice que la gran mayoría del artesanado residente en las ciudades eran esclavos, mientras que la agricultura parece haber estado compuesta sobretodo por pequeños campesinos independientes o aparceros que trabajaban para grandes terratenientes, por hombres libres pero de condición pobre que trabajaban en jornales, y por esclavos encadenados, malos esclavos, que cumplían algún tipo de condena por algún tipo de delito. De manera que “los esclavos constituían la cuarta parte de la mano de obra rural en Italia”.
Los esclavos urbanos, por vivir cerca de sus amos, gozaban de ciertos privilegios inexistentes para un esclavo rural. Eran “criados”, y cumplían las más variadas funciones, desde desvestir y vestir a su amo en los baños termales (como los del gramático Galieno) hasta espiar a los amigos y sirvientes de condición libre del amo o la señora de la casa. Los romanos muy ricos podían llegar a tener decenas de esclavos, mientras que los no tan ricos (pero de situación económica que les permitiera no trabajar) tenían de uno a tres esclavos en sus hogares. Eran tales los privilegios de los esclavos domésticos que incluso muchos hombres libres e instruidos, gramáticos, arquitectos, poetas o comediantes, preferían esclavizarse a ser asalariados, pues gozarían de una intimidad capaz de otorgarles mayor provecho que siendo lejanos asalariados, y bajo el ala de un amo poderoso tendrían asegurada su vida futura. En el artesanado y las distintas profesiones existentes ocurría algo similar, pues todos ellos trabajaban con esclavos, siendo bastante frecuente que aquellos sucedieran a su amo en el cargo, una vez muertos los últimos o liberados los primeros. Por eso la condición asalariada era más bien rehusada, porque no se basaba en una relación personal.
Aún considerando la variedad de clases esclavas, había algo común a todas ellas: el poder sin límites del amo sobre ellos y el trato paternal o superior sobre los esclavos, a quienes consideraban como niños (pais, puer) grandes o al menos como inferiores; el esclavo era considerado inferior no solo en el trato diario sino que también lo era jurídicamente. El esclavo, como dijimos, podía gozar de algunos beneficios de los que no gozaban los hombres libres pero pobres, podía por ejemplo ser destinado a encargarse de algunos negocios del amo y reunir patrimonio, lo que en la época se denominaba como Peculio, pero seguía sin embargo atado, en su condición de esclavo, a la voluntad de su amo, que podía venderlo o incluso matarlo, posibilidad de la que se hallaba libre, todo liberto o ciudadano; al esclavo se le podía torturar a fin de que confesara los crímenes de su amo mientras que el resto quedaba protegido de los tormentos por su condición de hombre libre.
Esclavas RomanasEn la antigua Roma se consideraba indecente cuestionar la libertad o la condición esclava de tal o cual persona, pero en los casos judiciales siempre estuvo la libertad favorecida, pues en caso de duda o de empate en un fallo, se decidía por la libertad, de modo que la balanza de la justicia estuviese siempre levemente inclinada hacia el lado de la libertad, lo cual únicamente era humanitario en los casos de duda. Así mismo la liberación de un esclavo era irrevocable, el antiguo amo perdía todos sus derechos sobre el esclavo liberado. Pero si el esclavo seguía siéndolo se sometía al tribunal doméstico regido por el padre, el amo de la casa.
Socialmente, el esclavo no tenía derecho a la familia pues ésta era derecho exclusivo de los ciudadanos libres, vivían como un rebaño, y el amo no tenía más que alegrarse cuando su rebaño se multiplicaba. Los nombres propios que les asignaban solían ser de origen griego, nombres que los mismos griegos no usaban entre ellos: Mirza, Melania, Medoro, Sidonia,...frecuentemente deformaciones romanas de los originales griegos. Sin embargo no es que los esclavos no tuviesen vida privada, pues tenían libre acceso a la religión y podían, si era su deseo, ordenarse sacerdotes de alguna de ellas, inclusive de la cristiana que “jamás pensó en abolir la esclavitud”. Los días festivos todos libraban: esclavos, funcionarios y rebaños, e iban frecuentemente a las arenas, a los teatros o al circo.
Habían también malos esclavos, delincuentes o mal criados, que por lo general debían llevar cadenas toda su vida; incluso podía demandarse a terceros por haber pervertido a su esclavo, constituía un delito dar asilo a un fugitivo o haberlo estimulado a desobedecer o escapar; se decía que los esclavos no tenían autonomía y que por lo tanto eran una especie de reflejo del amo, si el último era gandul, también lo sería su esclavo, por eso, el padre, que por lo general era el amo del hogar (domus), debía dar siempre el ejemplo.
Los esclavos tomaban su condición con resignación, sometiéndose al destino, y puesto que siempre había sido así y “más valía servir que ser libre pero morirse de hambre”, no quedaba más que agradar al amo, quien siempre tenía el poder de liberarlo, a él y a su futura descendencia; entonces las luchas y trampas entre esclavos eran frecuentes, lo mismo que las adulaciones y el constante miramiento hacia los amos, a quienes llamaban entre ellos el “mismísimo” (ipsimus, ipsisimus). Aunque hay que reconocer que también hubo un par de famosas revueltas, como la de Espartaco o la de Sicilia; lo curioso es que ninguna de las dos tenía por finalidad abolir la esclavitud sino más bien fundar una propia jurisdicción dentro del imperio para gozar de los mismos privilegios que los ciudadanos romanos.
El otorgar la libertad a un esclavo probaba la bondad del amo, pero el esclavo no tenía ningún derecho a pedir y mucho menos a exigir su libertad; otorgarla era un acto meritorio pero en ningún caso era un deber del amo, un acto meritorio no solo ante los esclavos sino también ante los hombres libres. Los únicos que podían interceder a favor de los esclavos eran otros hombres libres que pedían al amo o lo aconsejaban para que otorgara la preciada libertad; de hecho el esclavo que se refugiaba en casa de un amigo libre de su amo no era considerado fugitivo. Leamos las palabras de Trimalción: “Amigos míos, los esclavos son también hombres y han mamado la misma leche que nosotros, aunque la Fatalidad los haya postrado; pero no van a saborear menos el agua de la libertad antes de que sea demasiado tarde (si bien no hemos de tentar a la mala suerte hablando de estas cosas, porque yo quiero seguir viviendo); en una palabra, les doy a todos la libertad en mi testamento”.
La crueldad para con los esclavos era bastante común en la civilización romana, incluso por parte de las esposas que mandaban azotar a sus esclavas en sus ataques de celos. Como dijimos, muchos vivían miserablemente, con hambre y sin derechos particulares, eran simplemente una posesión del amo. Sin embargo, también se observa una paulatina suavización del trato con el cambio que se produjo en Roma con el acento, al parecer espontáneo, que se puso sobre la pareja. Dicha "suavización" no fue producto del miedo a la rebelión, ni de una toma de conciencia vis a vis de la esclavitud sino que fue el producto “autónomo” del cambio sucedido en las relaciones de pareja. Vemos, en efecto, como los esclavos adquieren el derecho al matrimonio, que antes hubiese sido inconcebible, el derecho a la familia, el esfuerzo de los amos por vender paquetes de esclavos (para no amputar a los miembros de la familia), y ciertos cambios legales de todas maneras crueles: el amo debe ir preso si y solo si no justifica ante los tribunales el asesinato del esclavo. Así mismo, los esclavos tuvieron derecho, sobretodo con la llegada del cristianismo y el estoicismo, a sepultar a sus seres queridos. Se produjo una especie de atribución de deberes morales al esclavo, se aceptó que los esclavos podían poseer y cumplir ciertas reglas morales, y así, tuvo deberes para con su mujer y sus hijos. Pero siguió viviendo en la miseria, y su vida y libertad siguieron dependiendo del amo.
Recordemos para terminar con el tema, que la esclavitud era considerada una Fatalidad del destino, que sin embargo se debía respetar; el propio Séneca lo tomaba de esta manera, afirmando que incluso los nobles podían caer en la esclavitud si perdían alguna guerra, como de hecho sucedió después.

El Matrimonio en la antigua Roma

 

El Matrimonio en la antigua Roma

Matrimonio Antigua RomaEl matrimonio entre los romanos no era respaldado por escrito; había una ceremonia con testigos donde además era entregada la dote de la mujer (si es que tenía una), y por supuesto también una fiesta. No había tampoco ningún alcalde o párroco que presenciara necesariamente la ceremonia. Era un acto privado “que ningún poder público tenía porqué sancionar”, pero era obligatorio llevar testigos. Al principio solo se podían casar los patricios (descendientes diresctos de los fundadores de Roma), pero hacia el 445 a.C. se pudieron casar también los demás ciudadanos, incluídos los plebeyos. Los que nunca se pudieron casar fueron los esclavos, los extranjeros, los actores y las prostitutas.
La convivencia de una pareja era tolerada; así lo demuestra la diferencia que había entre matrimonios con mano (cum manum) y las uniones sin mano (sine manu), en el primer caso la mujer pasaba oficialmente a obedecer a su marido, mientras que en el segundo caso, a pesar de dejar la casa, la mujer seguía bajo el mando de su propio padre.
El adulterio era algo grave que daba derechos al padre o al marido de matar a su hija o esposa, y también al amante. Sucedía cuando un hombre, casado o soltero, era sorprendido en el acto con una mujer casada. Si la mujer era soltera, o si era una prostituta o extranjera o esclava, no se consideraba adulterio, aún si el hombre con el que era sorprendido era casado.
El matrimonio tenía relación con asuntos legales, sin que la falta de un documento escrito representase un problema pues siempre se efectuaban las debidas investigaciones. Tenía relación con el patrimonio (sobretodo en lo relativo a la herencia), con la legitimidad de los hijos y con la dote, sobretodo porque el divorcio era perfectamente legal, incluso frecuente (sobretodo en las clases altas, pero se sospecha también que entre la plebe; César, Cicerón, Ovidio, Claudio, se casaron tres veces). El divorcio era tan informal como el matrimonio, y bastaba con que uno de los dos cónyuges se decidiera y celebrara el acto ante testigos. La mujer, tanto si ella se había separado como si había sido repudiada, se llevaba su dote; los hijos en cambio, al parecer, se quedaban con el padre. Se divorciaban y volvían a casar con mucha frecuencia, por lo que era normal ver en una casa hijos de distintas madres, además de los adoptados.


La edad mínima para el matrimonio era de catorce años para los hombres y de doce años para las mujeres. Para poderse casar debía haber consentimiento mutuo y además aprobación por parte de ambos padres. La fecha preferida para casarse era en junio, poco antes del solsticio de verano (21 de Junio), cuando el sol está en su apogeo. Una de las costumbres matrimoniales era la presencia de diez testigos como también la de los regalos de boda. “La noche de bodas se desenvolvía como una violación legal” pero habían también algunos hombres que respetaban la timidez de su mujer, solo que en tales casos la sodomizaban; igual costumbre ha sido hallada en China. El matrimonio era un medio legal de enriquecimiento (por la dote), pero era sobretodo la manera que tenían los romanos de mantener el núcleo familiar (nombre de familia) y de traspasar el patrimonio de una generación a otra. En Roma, “la monogamia reina con exclusividad”, tanto en el matrimonio como en el concubinato.
El día antes de la boda la novia dedicaba los juguetes de su infancia a su Lares familiar (dios familiar representado en estatuillas a la entrada de la casa cuya función era protegerlos de los extraños), y también su bulla (collar protector del mal de ojo que usaban desde el octavo día de nacidos). El día de la boda se iniciaba con un cortejo; se encendían antorchas que seguían un camino hacia la casa del novio. La prometida, que iba con un velo en su rostro, era acompañada por tres niños que debían tener a sus padres aún con vida. Dos niños iban tomados de la mano al lado de la novia, mientras que el tercero iba delante con una antorcha de espino que había sido encendida anteriormente en la casa de la esposa. Se consideraba que los restos de esta antorcha tenían la capacidad de otorgar longevidad. Se sentaba a los novios uno al lado del otro, ambos con la cabeza cubierta por un velo, en un banco cubierto con piel de oveja ofrecida en un sacrificio. Después continuaba con un acto en el que el novio daba una vuelta a la derecha del altar, tomaba un poco de sal y un pan redondo de espelta (una variedad de trigo), el panis farreus, que ambos compartían. Tal acto consagraba la unión y la mujer pasaba en ese momento de las manos del padre a las manos del flamante marido.
La estimación de la mujer es un tema moral, y la moral con respecto a ella tuvo un cisma más o menos en la época del emperador Augusto, cuando éste modificó ciertas leyes para que los ciudadanos se decidieran por el matrimonio; había habido una crisis de la nupcialidad (o difusión del celibato). Antes de dicho cambio moral, la mujer era una pertenencia más del jefe de la familia, al igual que los hijos y los esclavos, claro que siempre gozó del derecho al divorcio; el matrimonio era un deber cívico más que una amistad, mientras que la nueva moral, afirmada sobretodo por los estóicos, proclamaba al matrimonio como una amistad, como la unión de dos seres que no se juntan solamente para procrear sino para vivir juntos toda una vida: “si lo que se quiere es ser un hombre de bien, sólo se puede hacer el amor para tener hijos; el estado conyugal no sirve para los placeres venéreos”.
Sin embargo, la nueva moral emparentada con el estoicismo, transformaba al ideal de pareja en un deber, donde deben evitarse las peleas y hablar bien de las respectivas mujeres. En este punto contrastan las palabras de Séneca, que considera a la mujer al igual que un amigo, con las de Cicerón, para quien la mujer es un niño grande que hay que cuidar a causa de su dote y de su noble padre”, o también como a una adolescente de por vida. Por otra parte, el marido ultrajado pronunciaba un discurso denunciando a su mujer, tal y como lo hizo Augusto con las aventuras de cama de su hija Julia, o Nerón, con el adulterio de su esposa Octavia.
“Nada más ajeno a los romanos que el sentido bíblico de una apropiación de una carne; no rehusaban casarse con una divorciada o, como el emperador Domiciano, volver a tomar por esposa a la que mientras tanto lo había sido de otro marido. No haber conocido durante toda la vida más que a un solo hombre era sin duda un mérito, pero únicamente ciertos cristianos emprenderán la tarea de hacer de ello un deber y pretenderán que se prohíba a las viudas casarse de nuevo”.
Los historiadores no se explican el cambio moral ocurrido en Roma; “lo único comprobado es que la causa no fue el estoicismo; la nueva moral contó con partidarios entre los enemigos de los estoicos y entre los neutrales”. El estoicismo, en su versión primitiva, enseñaba que el individuo debía convertirse en réplica mortal de los dioses, autárquico e indiferente a los golpes de la Fortuna, pero pronto quedó convertido en una versión docta de la moral corriente, en boca de gentes cultas, que olvidaban la finalidad de la postura autárquica. La antigua moral grecorromana de dominio de sí y autonomía (nadie es digno de gobernar si no es capaz de gobernarse) dejó de ser una virtud cívica convirtiéndose en un fin, al igual que el matrimonio, que de deber cívico (amor a la patria) se convirtió en un fin, en un ideal de vida.
Si bien la nueva moral tenía en mayor estima a la mujer, no dejaba de considerarla naturalmente inferior, y por lo tanto, debía permanecer sumisa. Lo que sí cambió fue la condición del adulterio: al contrario de la antigua moral, la nueva considera graves el adulterio tanto del hombre como de la mujer. El estoicismo y su doctrina de dominio de si mismo pronto empezó a proclamar reglas de conducta: no se hace el amor más que para tener hijos, no acariciarse demasiado, control de los gestos de ambos esposos, y pensar bien cada deseo; “no se puede considerar o tratar a la propia esposa como a una amante” decía Séneca. Veynes recalca que aunque la moral estoica del paganismo se parece en muchos aspectos a la moral cristiana, difiere esencialmente en que la primera proponía y la segunda, con la Iglesia de por medio, trataba de regir conciencias, convencidas o no.

La vida privada de la familia romana

La vida privada de la familia romana

Mujer RomanaEntre los romanos, como entre los griegos, eran los padres de familia quienes decidían si aceptaban o no al recién nacido. La señal de aceptación la daba el padre cuando lo levantaba del suelo donde lo había dejado la matrona: el padre lo tomaba o acogía (tollere) con tal acto. Si por el contrario no lo aceptaba, el hijo era expuesto, es decir, era dejado en algún basurero público o en algún domicilio; en tal caso los recién nacidos o bien morían, o bien eran recogidos por tratantes de esclavos que lo alimentarían para posteriormente venderlo.
Romanos y griegos sabían que ni egipcios, ni germanos, ni judíos exponían a sus hijos, sino que los criaban a todos. Los criterios usados para abandonar a los recién nacidos (niños expósitos) eran diversos: a los malformados se los exponía siempre, los pobres los exponían por no tener con qué alimentarlos; la clase media prefería tener menos hijos para poder educarlos mejor. En el campesinado de las provincias orientales, la familia que había llegado a un máximo tolerable de hijos regalaba los sobrantes a otras familias que los aceptaban gustosos (más trabajadores para la familia); aquellos hijos regalados eran llamados threptoi (tomados a cargo). Pero incluso los ricos llegaban a no desear un hijo, frecuentemente por cuestiones legales de testamento. Los niños expuestos rara vez sobrevivían: los ricos no lo querían ver más mientras que los pobres guardaban algunas esperanzas de que el niño fuese acogido.


El abandono de los recién nacidos era también un gesto de protesta por parte del marido, en caso de sospecha de adulterio femenino, como también por parte del pueblo frente a los Dioses: “un rumor corrió en cierta ocasión entre la plebe: el senado, habiendo sabido por los adivinos que en aquel año iba a nacer un rey, se proponía obligar al pueblo a abandonar a todos los niños que nacieran durante el período en cuestión. ¿Cómo no pensar en la matanza de los inocentes (que probablemente es un hecho auténtico y no una leyenda)?”. Por otra parte, no se permitía la presencia masculina en los partos.
En Roma “pesaba más el nombre que la sangre”; los bastardos tomaban el nombre de su madre, y es conocido el hecho de que aquellos hijos no reconocidos nunca llegaron a la política o a la aristocracia, mientras que los libertos (esclavos liberados por el amo) y sus hijos llegaron incluso hasta el senado, porque los libertos tomaban el nombre de familia del amo que los había liberado, lo mismo que los adoptados.
Los Romanos eran algo escrupulosos con respecto al sexo; hay una vasija que representa a una pareja teniendo sexo y un esclavo trayéndoles el agua para la higiene. La anticoncepción era frecuente en Roma, en donde según estimaciones el número promedio de hijos era de tres. Sin embargo no diferenciaban entre anticoncepción y aborto. Los métodos más usados eran el lavado después del acto y el uso de espermicidas; no hay alusión al coitus interruptus. Hubo una doctrina que no influyó mucho de un tal Soranos, que afirmaba que la mujer concebía exactamente antes o después de la regla (se mantuvo desconocida y esotérica).
La ley romana otorgaba a las madres de tres hijos un privilegio por haber cumplido con su deber. Los textos hablan de madres de tres hijos con particular frecuencia. Pero no fue así durante todo el imperio, el número de hijos dependía de la época, pues con la llegada de los cristianos y estóicos el número aumentó; Marco Aurelio tuvo nueve hijos; Cornelia, madre de los Gracos, doce.
Nodriza y pedagogoLos niños de las familias acomodadas eran desde muy pequeños entregados a los cuidados de una nodriza y un pedagogo, encargados de su buena educación y alimentación (nutritor, tropheus). Cuando un joven se casaba, su madre y la nodriza iban la noche de bodas a darle los últimos consejos. El niño y el joven andaba todo el día con ellos (nodriza y preceptor), y sólo en la noche cenaba y veía a sus padres. (Anécdota: Nerón tendrá por cómplice en el asesinato de su madre a su preceptor, y su nodriza fue la única que lo consoló cuando todos lo empujaban a la muerte).
Los dos personajes que acompañan al niño romano son como una segunda familia; en las buenas casas, o en las más adineradas, mandaban a dicha pequeña familia (niño, nodriza y pedagogo) al campo, a cargo de una señora madura, muchas veces severa, que disponía de la educación y de las distracciones de los hijos de la familia: César y Augusto fueron educados así. Vespasiano fue educado por su abuela paterna. Sin embargo, en la práctica, los chicuelos eran bastante atrevidos. Se pensaba en Roma que la verdadera moralidad era la resistencia al vicio no tanto como el amor a la virtud. La distancia entre padre e hijos era enorme y a éste debían dirigirse siempre como señor (domine).
La adopción de hijos era también un fenómeno frecuente en Roma, porque era útil; lo más importante para un Romano era la prolongación en el tiempo del nombre de familia; así, los viudos sin hijos solían adoptar hijos para prolongar su nombre. El caso más famoso de adopción es el de Octavio Augusto (emperador) quien fuera adoptado por César, haciéndolo hijo y heredero.
Las nodrizas eran quienes enseñaban a hablar a los niños; en las casas acomodadas solían ser griegas, para que los nenes aprendiesen la lengua de la cultura. Los criadores o pedagogos enseñaban a los niños a leer. La escritura, aunque era clara señal de nobleza, no era un privilegio exclusivo de la clase pudiente, pues se ha descubierto en diversos papeles que la plebe sabía leer y escribir y que circulaban escritos literarios que llegaban hasta los puntos más alejados del imperio, no necesariamente grandes ciudades sino también pequeños villorrios. Los preceptores particulares enseñaban a la niñez pudiente pero no era aquella la única forma de educación: habían escuelas hasta en las más pequeñas aldeas, con clases por las mañanas y vacaciones anuales, donde se enseñaba lo básico.
Gran parte de los niños romanos fueron a las escuelas (hasta los doce años); las escuelas eran mixtas. A los doce años los niños se separaban, y solo los varones de las familias adineradas proseguían los estudios, bajo la tutela de un gramático: autores clásicos y estudio de la mitología; las niñas entre los 12 y 14 años eran consideradas en edad núbil: podían ser ya prometidas a varones de otras familias, y a los 14 eran ya consideradas como señoras (domina, kyria), a esa edad se casaban, y desde entonces se dedicaban solo a embellecerse o a trabajar en la rueca, las aristócratas claro. Su futura educación dependería del marido, quien decidía acerca del desarrollo de su saber.
Los estudios del varón no se hacían con fines utilitarios sino más bien por la apariencia (prestigio) enfocándola más que todo en la retórica. En las zonas griegas del imperio la educación era diferente, ya que conservó su ancestral sistema de enseñanza: primero porque era pública, se hacía en gimnasios abiertos para todo el mundo; segundo porque el enfoque estaba puesto tenazmente en el deporte, que ocupaba más de la mitad del tiempo de los chicos; y finalmente porque la educación griega se prolongaba hasta los 16 o incluso los 18 años de edad, en que el joven era todavía considerado como un efebo. La historia, filosofía y literatura se enseñaban en los rincones mismos de los gimnasios. Aún hay una cuarta diferencia: todos los preceptores romanos (que frecuentemente eran griegos) enseñaban griego a sus pupilos, pues era la lengua de la cultura y de las ciencias, mientras que en Grecia ignoraban el latín y no lo tomaban muy en serio, ignoraban incluso a Cicerón o a Virgilio; solamente después de largo tiempo, a finales de la antigüedad, aprenderían estos latín, “para llevar a cabo una carrera jurídica en la administración imperial”.
Terminada la educación el joven romano aristócrata tenía dos caminos: el ejército o la administración pública; los más pudientes optaban por la segunda vía, siendo frecuente ver a chicos de 16 o 18 años ocupando el cargo de oficiales o sacerdotes del estado o de oradores del foro. Como dijimos, la retórica era muy apreciada: un buen orador tenía siempre más popularidad o fama que cualquier poeta (la oralidad era más tomada en cuenta que la escritura). Pero la retórica siempre se ocupó de temas fáciles que atañían sobretodo a las relaciones sociales mucho más que a la naturaleza o la psique (temas preferidos por los griegos). Por otra parte, no había mayoría de edad legal; simplemente el padre decidía cuando cambiar de ropas (ponerle la toga) y afeitar a su hijo, tratándolos o de púberes o de impúberes. Con respecto a las ropas, era común poner fajas a los niños de manera tal que no creciesen deformes.
En cuanto a la sexualidad, la virginidad de las mujeres era considerada “sacrosanta”; los varones en cambio, debían conquistar a una sirvienta, o ir a Suburra, barrio de mala fama de Roma, o dejarse espabilar por una dama de alta sociedad. Existía algo así como una organización de jóvenes (collegia iuvenum) que gozaba de particulares derechos; se reunían los jóvenes a practicar la esgrima, andar en carros, pelear, pero también salían frecuentemente a saquear las tiendas (siendo jóvenes más bien adinerados), molestar a los burgueses y violar casas de mujeres con mala reputación, sin que nadie se los impidiese, frecuentemente por las noches; era una suerte de privilegios de los que gozó también Nerón.
Sin embargo, todas esas “aventuras” de juventud terminaban con el matrimonio, donde el joven se veía separado de su pandilla. Así fue la primera moral romana, hasta el siglo II d.C. en que se cambiaron las costumbres, al menos en teoría, empezando a alabar las costumbres puritanas (o higiénicas), apoyados tales cambios por sabios como Tácito, quien decía que los “buenos salvajes (germanos) sólo conocen el amor tardíamente, de manera que sus fuerzas juveniles no se agotan”, o como Marco Aurelio, emperador y filósofo, quien se felicitaba de “haber salvaguardado la flor de su juventud, de no haber ejercitado precozmente su virilidad, e incluso de haber retrasado el momento con creces”, ni de haber tocado a su esclavo Theodotos ni a su sirvienta Benedicta.
Por otra parte, en vistas de las pandillas, “el haberse casado joven era señal de honestidad”. Hubo también un cambio legal con respecto a los jóvenes: la prohibición de otorgar créditos a menores de 25 años, porque antes les eran otorgados según las fortunas de sus padres y se lo gastaban todo y más, antes de tiempo.
Existía una ley romana por la que los griegos siempre sintieron curiosidad: cualquier hombre, cualquiera sea su edad o su estado civil, permanecía bajo la autoridad del padre y no se convertía en un romano con todos los derechos (padre de familia) hasta el fallecimiento del padre. Así, un huérfano de padre, disponía de su herencia y de todos sus derechos; pero el padre disponía incluso de la vida de sus hijos (ya crecidos), era su juez natural. Frecuentemente, el padre entregaba a su hijo un cierto capital (peculio) del cual podía disponer.
“Psicológicamente, la situación de un adulto cuyo padre viva resulta insoportable; no puede mover un dedo sin el consentimiento paterno, ni cerrar un contrato, ni liberar a un esclavo, ni testar. Solo es dueño, a título precario, de su peculio, exactamente igual que un esclavo”. Tampoco podía el hijo hacer carrera sin el consentimiento del padre; de hecho, para ocupar un cargo público por lo general había que desembolsar una buena cantidad de dinero; por eso era un solo hijo a quien alentaban para ocupar tales cargos. No existía el derecho de primogenitura pero la costumbre “aleccionaba a los más jóvenes a inclinarse ante la prioridad del mayor”.
Por lo anteriormente mencionado, el parricidio era relativamente frecuente. Durante las guerras civiles, los hijos y los esclavos solían cometer deslealtades para terminar con la vida del padre. La hija que quedaba huérfana tenía ciertos privilegios (siempre y cuando no tuviera un tío), pudiendo decidir de su herencia e incluso decidir con quien casarse.
La lectura del testamento era un acontecimiento muy importante y esperado, pues con aquel se conocían las inclinaciones u odios del padre. Era tan importante que incluso algunos lo leían antes, en un banquete, para conquistar simpatías.
En la Italia romana, más o menos en el año 0, habían cinco o seis millones de ciudadanos libres y uno o dos millones de esclavos (trabajadores domésticos o peones agrícolas). La población estaba distribuida en centenares de pequeños pueblos agrupados entorno a ciudades con monumentos y residencias particulares (domus). No se sabe mucho de los esclavos pero el matrimonio les estaba prohibido (y por lo tanto también la familia), viviendo en perpetua promiscuidad sexual, la cual algunos poetas la calificaban como el verdadero paraíso. Solo a los esclavos del emperador les estaba permitido tener concubinas.