miércoles, 30 de octubre de 2013

los que van a morir te saludan

El cine y la literatura han extendido innumerables tópicos sobre el mundo de los gladiadores. Escenas sangrientas en las que sólo cabía vivir o morir, el famoso veredicto dictado con el pulgar hacia arriba o hacia abajo o la manida frase “Ave César, los que van a morir te saludan”, no son más que un puñado de mitos que no se sustentan en la realidad histórica. En este pequeño reportaje pretendemos clarificar algunos aspectos relacionados con este juego, cuyo origen religioso se vio desbordado por el tremendo fervor por el que era disfrutado por los ciudadanos romanos, destacado por Séneca por estas palabras no muy lejanas a ciertos acontecimientos de nuestro tiempo: “el gruñido de la muchedumbre es para mi como la marea, como el viento que choca con el bosque, como todo lo que no ofrece más que sonidos ininteligibles”.
El origen de los combates
Nicolás de Damasco nos cuenta que en el año 264 a.C. se celebró un funeral en honor de Junio Bruto Pera, cuya última voluntad había sido que sus dos hijos organizaran tres combates simultáneos en la feria de ganado local. Cien años más tarde, la celebración de este tipo de juegos fúnebres en los que se enfrentaban varios esclavos propiedad de los organizadores se había convertido en una costumbre. Alcanzaron tanta popularidad que en el año 174 a.C., Tito Quinto Flaminio organizó un munus (servicio fúnebre en honor del finado) en Roma que consistió en enfrentar a 74 hombres en una serie de combates singulares que se prolongó durante tres días.
Los munera solían celebrarse en diciembre, coincidiendo con las saturnales (Saturnalia), fiestas en honor de Saturno, un dios al que se relacionaba con los sacrificios humanos. Además de los combates, se incluían las famosas venatio, batidas de caza en las que se abatían bestias traídas de todo el mundo, para demostrar cómo Roma era capaz de subyugar a otros pueblos.
Estos ritos fueron extendiéndose entre la población, hasta tal punto que las elites políticas y económicas se dieron cuenta de que la organización de los munera era una forma de extender su fama más allá de la muerte. Un número creciente de patricios empezaron a incluir la celebración de estos juegos en su testamento. Los niveles de exigencia fueron creciendo, ya no bastaban unos cuantos luchadores y el armamento fue evolucionando hasta convertirse en el espectáculo en el que acabó derivando.
Juegos de éxito
El combate entre gladiadores no dejaba indiferente a nadie. Los mismos intelectuales de la época, como Séneca, Cicerón o Plinio el Joven, veían aspectos negativos y positivos al mismo tiempo. Mientras Cicerón les consideraba “hombres arruinados y bárbaros”, opinaba también que, “cuando se trata de criminales condenados los que luchan con la espada… ninguna lección podía ser más efectiva contra el dolor y la muerte”. Por su parte, Séneca se horroriza ante la muerte del hombre para “el juego y diversión”, pero también ve en los gladiadores un ejemplo de cómo afrontar la muerte con valor.
Entre los ciudadanos, el éxito era tremendo, especialmente entre las mujeres, aunque el término gladiador se utilizaba como insulto, especialmente desde las rebeliones de Espartaco. Así lo atestigua una rúbrica de un gladiador encontrada en Pompeya “Celado Octaviano, tracio, tres victorias, tres coronas: suspiro de todas las mujeres”. El satírico Juvenal cuenta el caso de Epia, esposa de un senador, que abandonó a su marido por un luchador llamado Sergio, ajeno a cualquier atractivo físico, pero triunfador en la arena. No faltaban tampoco los romances sonados, entre actrices y gladiadores, como es el caso del fragmento de cerámica, usado quizá como amuleto, que se encontró con el siguiente mensaje: “Verecunda, la actriz, ama a Lucio, el gladiador”. La hipocresía de la sociedad romana, que criticaba a los gladiadores, pero luego les alentaba y asistía en masa a los juegos, fue criticada por los autores cristianos Tertuliano o San Gerónimo.
Una señal del éxito de estos juegos no es otra que el progresivo perfeccionamiento del espacio en el que se celebraban, que pasó de ser una construcción tosca en la que se aprovechaba el relieve del suelo completándose con cascotes que hacían de gradas a convertirse en los grandes anfiteatros que aún hoy se conservan en Roma (Coliseo – 50.000 espectadores), Túnez (el Djem – 30.000 espectadores), Leptis Magna (Libia – 16.000 espectadores), Pula (Istria, Croacia – 20.000 espectadores), Emérita Augusta (15.000 espectadores), Tarraco (14.000 espectadores) o Pompeya (12.000 espectadores).
También se producían disturbios, como atestigua un grafito del anfiteatro de Pompeya datado en el siglo I d.C. en el que se representa un hecho relatado por el historiador Tácito, que da cuenta de un enfrentamiento entre pompeyanos y nucerinos con motivo de unos juegos organizados por Livineyo Régulo en el año 59 d.C. Como consecuencia de ello, se envió al exilio al organizador y se castigó a la ciudad sin espectáculos durante diez años, aunque poco después Nerón levantó la sanción.
Procedencia y organización de los gladiadores
Aunque en su mayoría eran hombres, también se han documentado casos de gladiadoras, como Amazonia y Aquilia, representadas en un relieve del Museo Británico de Londres. La edad de los combatientes solía estar comprendida entre los 18 y los 25 años, aunque los había que prolongaban su trayectoria por muchos más años dada la fama y el dinero que podía conseguirse. El reclutamiento se producía entre prisioneros de guerra, esclavos, condenados a muerte que conmutaban su pena por el servicio en la arena u hombres libres que daban este salto para hacer fortuna. La mayoría de ellos tenían, por tanto, algo que ganar.
El primer paso era la admisión en los ludi gladiatori, las escuelas que imponían un duro régimen disciplinario a los luchadores a fin de conseguir la virtus. La escuela contaba con unctores (masajistas) y doctores (entrenadores de lucha). Los venatores, que se batían con fieras, disponían de los mismos servicios. Los cuidados que se ofrecían a los gladiadores en los ludi eran muy buenos, pues se procuraba que gozaran de la mejor salud para los combates. No era el mismo caso de los noxii, criminales condenados por robo, violación o asesinato. Perdían sus derechos y eran enviados a prisión, de la que sólo saldrían para ir a la arena. Estos no recibían ningún tipo de entrenamiento, simplemente eran eliminados en público, obligándolos a pelear y matar a otros noxii. Es a ellos a quiénes debe asignarse la manida frase “Ave César, los que van a morir te saludan”, utilizada por Suetonio para referirse a unos condenados que iban a participar en una naumaquia, pero no generalizada entre los gladiadores.
Los gladiadores se organizaban en torno a familias gladiatoras, grupos de luchadores propiedad de un lanista, representante que concertaba los combates y administraba la contabilidad del grupo. Normalmente era uno de ellos, que había conseguido la libertad una vez logrado el rudis, la espada de madera que se obtenía como consecuencia de la acumulación de éxitos durante toda una vida de combates y que otorgaba el ansiado retiro.
El programa
Los combates de gladiadores se publicitaban mediante carteles de color ocre rojo sobre paredes previamente blanqueadas, uno de los cuales se ha conservado hasta nuestros días en un muro de Roma: “Si las condiciones meteorológicas lo permiten, treinta parejas de gladiadores proporcionados por A. Clodio Flaco, así como varios suplentes por si alguno muriera con excesiva rapidez, combatirán los días 1, 2 y 3 de mayo. Para después de los combates se ha programado una caza de bestias. Paris, el famoso gladiador, luchará en los combates. ¡Hurra por Paris!¡Hurra por el generoso Flaco, candidato al diuunvirato!”. Debajo del anuncio, el autor reflejó: “esto ha sido escrito por Marco a la luz de la luna”.
El programa de un día de combates constaba de las venatios, en las que, como se ha comentado, se cazaban animales exóticos procedentes de todo el Imperio; las ejecuciones de noxii, celebradas al mediodía, las más cruentas de la jornada y, finalmente, los combates de gladiadores. El público estaba acostumbrado a ver peleas emocionantes, por lo que no todo estaba permitido, se quería observar la destreza de los luchadores y, por tanto, había árbitros que regulaban la refriega. Por otro lado, no todas las luchas eran sine missione, es decir, sin perdón, por lo que los perdedores no eran siempre ejecutados. Hay que tener en cuenta que el coste de formar y mantener un gladiador era demasiado alto como para echarlo por la borda sacrificando luchadores en cada espectáculo. En este sentido, cabe señalar que el famoso gesto del pulgar señalando hacia arriba o hacia abajo para perdonar o sentenciar al vencido, es un anacronismo que no se ve reflejado en representaciones de la época y que se extendió en el período romántico, en pinturas como las de Jean-Léon Gérôme.
Los tipos de gladiadores
Se conocen varios tipos de gladiadores, cada uno de los cuales tenía sus armas características:
El Reciario (retiarius) – armado con una red de 3 metros de diámetro con una serie de plomos colocados en su circunferencia exterior. La red podía utilizarse para azotar al adversario, hacer que tropezara o atraparlo. Estaba atada a la muñeca y llevaba una pequeña daga (pugio) para cortarla en caso de que el contrincante se hiciera con ella. La otra arma del reciario era el tridente y sus únicas defensas eran el galerus, una especie de hombrera que le cubría uno de sus lados, y un brazo acolchado para evitar cortes en el antebrazo.
El Tracio – equipado con una versión pequeña del scutum de madera, el escudo de los legionarios. También llevaba el protector acolchado para el brazo. Llevaba un casco que le cubría toda la cabeza y grebas que le protegían las piernas. Su espada (gladius) era de hoja curva.
El Secutor – equipado igual que el tracio, le diferenciaba su espada, que era de hoja recta. Su escudo era más grande, pero el casco le permitía menos visión que al tracio.
El Myrmillo – está equipado con el escudo imperial y el gladius de la infantería romana. La espada iba sujeta a la mano del gladiador por unas correas. Sólo tenía una greba y llevaba las piernas acolchadas, igual que uno de los brazos. Su nombre procede de un pez marino desconocido, el mormyr.
El Hoplomachus – es el que menos se conoce, su indumentaria recuerda al tracio, pero va armado con una pica y un escudo de bronce, en vez de madera.
El Provocator – igual que el Hoplomachus, es poco conocido, lleva un casco que le protege hasta el pecho, piernas alcochadas con glebas y va armado con espada corta y larga.

Basten estas breves líneas para desmentir algunos de los tópicos señalados al principio y para profundizar un poco más en el conocimiento de este espectáculo, tan cruento como característico de la cultura romana.

Bibliografía

“Vida cotidiana en Roma (1)”, Julio Mangas, Jean-Louis Vatinel y Joaquín Muñiz. Cuadernos Historia 16, 1985.
“Vida cotidiana en Roma (y 2)”, J.M. Roldán, C. González y J.F. Rodríguez. Cuadernos Historia 16, 1895.
“Teatros, anfiteatros y circos romanos”, Miguel Ángel Elvira. Cuadernos de Arte Español. Historia 16. 1991.
“Los gladiadores”, Stephen Wisdom, con ilustraciones de Angus McBride. Osprey Publishing, 2009.
“Muerte en la arena: gladiadores en Roma”, Fernando Lillo Redonet. Revista Historia de National Geographic, número 53.
“Pompeya”, Loretta Santini. Plurigraf, 1991.

Fotografías

Pompeya (foto 5) – Carlos Sastre Vázquez
Resto: Anfiteatro del Djem (foto 1), anfiteatro de Tarragona (foto 2), anfiteatro de Segóbriga (foto 3), Coliseo (foto 4), Venatio, Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (foto 6) y Gladiadores, Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (foto 7) – Mario Agudo Villanueva

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