jueves, 7 de noviembre de 2013

Dinero y patrimonio en la antigua Roma

Dinero y patrimonio en la antigua Roma

Monedas RomanasLa romanidad le dio siempre muchísima importancia a la descendencia (las familias romanas no solían tener más de tres hijos) y a la herencia, a la continuidad de la casta familiar. El patrimonio logrado por el padre de familia, tierras, negocios, esclavos, debía siempre pasar a ser manejado, tras su muerte, por los hijos o los herederos; era un deshonor para una familia que el patrimonio se viese dilapidado, vendido o consumido.
No acostumbraban a vender los bienes inmuebles o los negocios; no les interesaba cambiar de actividades sino siempre acrecentar el patrimonio. La meta económica y vital de los notables y ricachones romanos fue siempre el aumentar el patrimonio heredado, Séneca lo confirma en sus escritos: “Obremos como un padre de familia excelente, acrecentemos lo que hemos recibido en herencia; que la sucesión se traspase aumentada de mí a mis herederos”.  Habían cazadores de herencia, los ya mencionados clientes lamebotas y el más efectivo de todos los cazadores: el fisco, que por medio de calumniosas delaciones, usurpaban de la manera más tajante las herencias de algunos desgraciados.


El patrimonio típico de un notable romano estaba constituido por las más variadas y dispares posesiones: no se trataba solamente de la tierra y de sus frutos como en la época feudal sino que comprendía también los más diversos tipos de empresas productivas y comerciales; “posesión del suelo, empresas familiares, inversiones individuales”; los notables romanos no estaban especializados por áreas; como su meta era siempre acrecentar su patrimonio, cualquier negocio era bienvenido: agricultura, usura, textiles, importación-exportación, artesanía; era frecuente, todos los notables manejaban varias empresas.
Pero, ¿no que los romanos amaban tanto el ocio y despreciaban el tener que trabajar?, porque tantas empresas no dejaban mucho tiempo para el ocio si se quería que marcharan exitosamente. La solución era simple, los notables romanos se dedicaban a “gobernar” sus empresas, al igual que a su familia y a sus empleados. El notable dejaba encargadas las labores financieras frecuentemente a unos de sus libertos, o incluso a alguno de sus esclavos más fieles, pidiéndole cuentas muy rara vez; el notable tenía administradores que se encargaban de todos los detalles, tomando él las decisiones más importantes. La “gobernación”, algo así como los directorios de hoy en día, era la única actividad considerada digna de un hombre libre, “porque era el ejercicio de una autoridad”. El clientelismo y la escasa fluidez de la información facilitaba el enriquecimiento rápido de quien tuviese jugosos datos: las informaciones confidenciales eran transmitidas como favores o incluso vendidas por agentes especializados.
La usura era otro medio de fácil enriquecimiento, si se tenía capital monetario. Los notables guardaban parte de su patrimonio en arcas denominadas como kalendarium, al interior de sus hogares, aunque siempre trataban de evitar que el dinero estuviese inmóvil. Es como si hubiese existido la costumbre entre los empresarios de no tener nunca muchas monedas reunidas sino de estar siempre iniciando nuevos negocios o comprando tierras, a pesar de que aquellas no se vendieran sino que se acumularan. La usura como negocio era una actividad casi exclusiva de los notables, aunque se sabe también que entre la plebe circulaba también dinero de usura. Muy frecuentemente se cobraba interés, aunque el deudor fuese un amigo. Incluso las dotes atrasadas eran gravadas con interés. La pequeña usura formaba parte del mundo cotidiano.
Las maneras de enriquecerse eran variadas: por medios productivos y comerciales o por medios extraeconómicos como la herencia, las mordidas (coimas), las dotes, la violencia o los pleitos. La usura se consideraba como un medio noble de enriquecerse, con el mismo miramiento que para con la agricultura o las dotes. Los viejos opulentos que habían visto morir a sus hijos o que nunca tuvieron descendencia, ostentaban las cortes más largas por las mañanas, era gente que trataba de obtener parte de su herencia.
Una costumbre curiosa que vale la pena destacar es la relación hombre mujer en cuanto que era tradición que el hombre pagara siempre todos los gastos del consumo de la pareja. Incluso la amante que engañaba a su marido tenía un salario mensual por parte del amante, o también podía llegar a pagarle una renta anual, “de modo que las mujeres corrían tras el asalariado del adulterio, mientras que los hombres corrían tras las dotes”. Todo se compraba en Roma.
La violencia también era un medio utilizado para enriquecerse; en Roma no existía lo que hoy en día llamamos policía; existían los soldados del emperador que se encargaban de reprimir revueltas y reprimir a los bandidos, sin asegurar por lo demás, la seguridad cotidiana de las calles. La manera más eficaz de protegerse de la violencia o el bandidaje era ponerse a la sombra de algún poderoso, con milicia propia o con las suficientes influencias como para hacer que el gobernador ordenase la persecución de los malhechores. Pero por lo mismo, los notables poderosos tenían los caminos abiertos para usurpar tierras o pequeños negocios a la fuerza, aduciendo ante la legalidad alguna calumnia o delación; no vacilaban en apoderarse de los bienes de los pobres libres, o incluso de algún otro potentado. La justicia dependía de la buena voluntad del gobernador de provincia, y más que de su voluntad, de su relación con el acusado o el acusador, o de la influencia que el usurpador podía tener con mandos más altos en Roma.
La posesión de tierra era el ingreso a la nobleza; un comerciante sin tierra, por más rico que fuese, no era considerado noble. Pero no solamente la tierra era señal de nobleza sino también los bienes inmuebles, los edificios, las casas, que los notables arrendaban a otros. Con respecto a la tierra y la agricultura, la última no alcanzaba como para haber mantenido a una clase obrera. El trabajo de la tierra de un individuo alcanzaba para alimentar a su familia y al notable, a nadie más, pero el trabajo de varios individuos alcanzaba para generar los excedentes que el dueño necesitaba para sus lujos o sus inversiones. En la antigüedad la agricultura jamás alcanzó para sostener una industria poderosa, la gran mayoría de la población tenía que trabajar la tierra para poder alimentarse.
Existían tutores para administrar las herencias de herederos incapaces de tales labores, como los niños súbitamente huérfanos o algunas viudas; el tutor no debía ocuparse de invertir por medio de la herencia de su pupilo, sino que su única misión era mantener libre de riesgos el patrimonio heredado, por lo que la decisión más frecuente era vender los bienes de riesgo (casas que pueden arder o esclavos que pueden morir) a fin de convertirlos en bienes seguros: bienes raíces o usura: prestar el oro obtenido a interés, jamás guardar el oro inmóvil, acto que los romanos consideraban peligroso o despreciable. Sí podían invertir los encargados de los patrimonios de las viudas, a condición de que aquel aumentara.
El hecho que los romanos estuviesen siempre moviendo o incrementado su capital les ha hecho acreedores del estereotipo de que su raza es “económicamente muy dinámica”; pero no es su único rasgo característico pues comparten con judíos, griegos y chinos una especie de pasión por la emigración, son un pueblo de diáspora; y claro, con las ventajas que ofrecía el imperio, hubo siempre cantidad de voluntarios para ir a ocupar las zonas conquistadas.

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