miércoles, 30 de octubre de 2013

Sit tibi terra levis- Que el peso de la tierra te sea leve

En época de Trajano, el emperador de origen hispano que gobernó Roma desde el año 98 de nuestra Era hasta el 117, se comenzó a extender en Roma el rito fúnebre de la inhumación. Hasta entonces, lo más habitual era que los fallecidos optasen por la cremación, que permitía limpiar el espíritu de los males contraídos por el cuerpo durante su vida en la tierra. Quizás fue este cambio de rito el que originó uno de los epitafios más utilizados en época imperial: sit tibi terra levis, es decir, que la tierra te sea ligera.
Esta breve frase expresa al mismo tiempo un deseo piadoso hacia el difunto, para el que pedimos que la tierra que cubre su cuerpo no le impida elevar su espíritu y una llamada para los que aún viven, con el ánimo de que la carga provocada por la muerte de un ser querido sea lo más llevadera posible. Además, y lo que resulta más interesante, el hecho de interpelar directamente al fallecido denota un fuerte sentido de trascendencia, puesto que, en el fondo, la idea de dirigirnos a él para transmitirle un deseo implica que consideramos que el finado sigue vivo de algún modo.
El epitafio, que abreviado aparecía como STTL, TLS (terra levis sit) o SETL (sit ei terra levis), une el pragmatismo del mundo romano con la espiritualidad del mundo oriental expresando un anhelo tranquilizador: la existencia de una vida más allá de la muerte en la que todos volveremos a encontrarnos. Un camino que unos inician antes que otros, pero en el que al final todos acabaremos coincidiendo.
La pequeña investigación sobre epitafios funerarios de la antigüedad que me ha llevado a escribir estas líneas ha sido una de las más duras de mi vida, pues la emprendí para encontrar una frase con la que despedir a uno de mis seres más queridos, que es además historia viva de este blog, Miguel Ángel Villanueva Cristóbal. Él me inculcó su pasión por la historia, él me animó a conocer la Antigüedad y a saber buscar en los libros la respuesta a mis dudas, a luchar por lo que queremos y a dedicarnos a ello con ilusión y entrega. Con sus fotografías ha ilustrado alguno de los artículos aquí publicados y con su presencia nos ha enriquecido a todos los que vivimos a su alrededor.
Haciendo honor a las palabras que pronunció Eurípides de Salamina allá por el siglo V a.C.: “la vida es lucha”, Miguel Ángel empleó la misma pasión y dedicación que demostraba al profundizar en el conocimiento de la historia en la superación de todas las adversidades que desde su juventud fueron minando su salud. La tarde del pasado 28 de abril nos dejó, poniendo fin así a una vida ejemplar en la que derrochó generosidad, cariño y ganas de vivir.
Aquí quedamos los que hemos estado con él en los momentos más duros, aquéllos que le deseamos que la tierra le sea leve y aquéllos que anhelamos que su ausencia física sea lo más llevadera posible. Él siempre vivirá en nuestro recuerdo, en su mujer Mari Carmen; en su hijo, Alejandro; en su hermana, María Esther; en su madre, María Luisa; en sus cuñados, sobrinos, amigos y seres cercanos.
El mejor tributo que podemos rendirle es seguir comportándonos tal y como él nos conoció, de tal manera que el día que nos reencontremos sepa reconocer en cada uno de nosotros a la persona con la que una vez quiso compartir su vida. Por ello, no he podido encontrar una mejor manera de rendirle homenaje que escribiendo sobre historia, echando mano de ella para darle mi último adiós, como a él le habría gustado, y seguir haciéndolo desde aquí porque cada letra, cada palabra y cada frase que siga publicándose en este espacio servirá para agrandar su recuerdo. Tío: sit tibi terra levis.
Mario Agudo Villanueva

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